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Un pueblo queda al aire, dice una compañera colombiana de taller. Al aire como una prenda que pierde todos sus hilos.
Escribe sobre las guerrillas, sobre otros pequeños grupos que pasan y arrasan con las vidas que laten a su paso sin siquiera plantearse si hay una cuestión territorial. Escribe sobre la humanidad. Desentramando personajes que sueñan, que creen en apariciones del destino y que dejan que el viento los empuje siempre hacia un fondo más oscuro. Hay una ambición que los mueve, pero solo pareciera ser que es para sobrevivir. Hombres que cruzan y matan o mueren. No hay alternativas. Mascan panes que quedaron en la boca de los otros, cepillan su pelo con greñas viejas, tapan caries con barro. Se puede concebir que eso es vivir, decimos mientras leemos la maravilla de esta mujer que escribe como pocas personas lo han hecho.
No hay más futuro que el pasado, dice un verso de Jesse Lee Kercheval. Cuando la escucho a Soraya pienso en nosotros, en la energía que socava un país hacia la ignorancia, en la inadmisión de pensamientos distintos, en la pobreza como un horizonte cercano.
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