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lunes, 21 de octubre de 2024
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Una mirada desde la alcantarilla. Día de las jaulas

La jaul. Texto de Belén Zavallo

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La jaula

Hemos podido salir de todo, menos de ser madres. 

Las mujeres que abandonan a sus hijos, son malas madres. Las que nunca parieron, son machorras. Las que no piensan en tener hijos, son las que tienen un trauma con la maternidad. Las que no pueden pero quieren, son pobrecitas. Las que lo hacen aunque no quieran, son como animales. 

Las que no tienen tiempo para cuidar a sus hijos, son unas yeguas, frías, materialistas. O bien, son las cuidadoras de hijos ajenos que les recuerdan que no están siendo madre con los niños propios. 

Si la madre no cocina, no enseña a hablar, no acompaña hasta que los ojos se cierren, esos chicos se crían solos. Si la madre se preocupa por su alimentación y su cuerpo, si no se deja estar, seguro busca machos.

La madre es la casa a la que se vuelve porque tiene siempre las puertas abiertas, excepto que sea la alcohólica, la depresiva o la vieja loca que después de viuda vive en un crucero, pobre tipo menos mal que se murió.

Se saquea el cuerpo de la madre: los huesos movidos, los órganos como sillas sobre una mesa para que se geste, las bocas apoyadas succionando el alimento desde el pecho, los codos en la garganta midiendo el tono de la voz. Nunca la madre debe gritar, ni dejar ver sus partes, ni cuestionar que “es porque es madre que las cosas son así”.

 Nunca se profana una iglesia sin escándalo y sin embargo a las madres se les pregunta: por qué no estaba con su hija, qué hizo usted mientras pasaban estas cosas, por qué Margaret Atwood se calló sumisa ante su marido, por qué la hija va en contra de la madre, por qué recordamos a fuego el caso de las lesbianas que mataron a Lucio y ninguno de los millones de padres que lo hacen cada día, por qué La hija oscura nos genera rechazo y podemos ver ficciones que idealizan a las madres.

Pienso cosas de mis hijos mientras escribo: el horario de salida de jardín de una, la medicación de otra, el calendario de vacunación del chiquito, la comida del mediodía, la ropita desde la noche anterior lista, los ánimos por sus pequeñas historias atraviesan mi mirada sobre el mundo. No me creo mejor, me siento muchas veces apabullada, otras fascinada en el relato de los mundos de Francisca, maravillada ante la lucidez renovada de la mayor, asustada cuando sale de noche, atosigada por el sudor del bebé en el brazo que hormiguea por el peso de su nuca aplastando siempre  mi cuerpo, abismada ante las escaleras. 

Muchas veces quisiera huir. Otras quedarme eterna en la mirada de los pájaros que asomen mientras ellxs tienen o no hijxs, viajan a geografías que yo desconozco o me entierran y dejan sin flores. 

No hay explicación, hay cuerpos arrasados. Épocas que nos consumen y asumen la forma que debe tomar nuestro deseo. Mientras plancho, escribió Tillie Olsen, El nudo materno, Jane Lazarre, Apegos feroces escribió Vivian Gornik, Un trabajo para toda la vida tituló Rachel Cusk. 

Cada una de nosotras arroja una mirada desde la alcantarilla, aunque se pulvericen nuestros ojos.

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