Fugacidades del primer día de noviembre
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Mientras aclaro mi pelo, converso con la peluquera. Estoy criando mariposas, me dice Bety. Y le pregunto cómo es posible, cómo se hace. He visto videos en las redes pero con ella la imagen se hace creíble. Bety no sabe que me lo anuncia para recordarme otra cosa, viene y me pide mburucuyás, los frutos de la planta de pasionaria. Necesita alimentarlas y entonces la invito al patio y señalo el jacarandá de Oscar, que justo ayer despedimos en el cementerio, y pienso, gracias a Bety, en las transformaciones.
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El jacarandá de Oscar es la estructura por la que la pasionaria florece y cuelga sus guirnaldas grandes como naranjas, y que son las que Bety necesita para que sus mariposas sobrevivan. Ahora son gusanos, se ubican en el reverso de las hojas y comen, trepan y comen, después queda el capullo y aparecen ellas, también naranjas con el entusiasmo de quien se adueña de un paisaje. Son hermosas. No es nada nuevo pero es algo que me alegra, dice Bety.
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En mi patio hay una manta de flores violetas esparcidas entre las cosas: en las rendijas de los sillones, encima de la parrilla, apoyadas en la hamaca como esperando un empujón. Estas cosas vienen del fondo de Oscar, que parece insistir en recordarnos su presencia, o que recién yo ahora resignifico pensando no el árbol que se despluma, no en los mburucuyá que aletean fluorescentes sino en él que estaba siempre pintando, llenando lienzos con figuras un poco cubistas, un poco construidas desde el recorte que decidió para mirar el mundo en estos años. La ventana del frente que usaba como escape cuando no sabía cómo continuar el trazo. Las flores saltan como ciervos desde el bosque, escapan de sus ramas, vienen a este lado de la tierra. Otro pincel que nos salpica.
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