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Una montaña de naranjas sobre la mesada parece amenazar con el derrumbe. me gusta el jugo de naranja a la mañana, antes que nada sentir el olor, el aceite sobre las palmas, las vueltas del exprimidor ahuecándome un nido en la mano. Es un hábito de este embarazo, en los otros recuerdo más una inclinación volcada hacia los chocolates, algo más intenso que en la normalidad de mi afición, y una dependencia de las harinas, no sólo a comerlas sino más bien a la fabricación de panes, masas distintas, tiempos de levaduras y un invierno que leudaba con el cuerpo a la par. Ahora me voy haciendo más astringente y prefiero los cítricos. Cuando salgo a comer pido más limón del que me traen. Uso todos los gajos que cortan en el plato y muestran las lágrimas de una pulpa verdosa, ya no me lastimo las cutículas pero recuerdo el ardor, una efervescencia que también sentía en el agua salada.
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Entrar al mar es ir hacia la pérdida de una capa de piel.
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En la carnicería miro las bandejas en la que están los cortes de carne, si hay sangre en las esquinas prefiero salir y buscar otra. Conozco cuáles son las que me dan confianza, las que me gustan. En Año Nuevo, el carnicero me cedió su único peceto, el último que había guardado para su mesa, lo tomé como un regalo hermoso, al corte de carne y a la mentira.
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Todos los domingos Francisca y el padre tienen un plan. Dani trae un ramo de flores y la llama, ella lo busca y entra hasta mi habitación, me lo da y vuelve con sus juguetes. Después tomamos mates juntos y desayunamos algo traído de la panadería, tiene que ser salado y no tienen que caer migas en mi cama. Cuando éramos solo una pareja sin hijos, las flores llegaban los jueves a la escuela y me la daba Pao que además de ser portera es actriz, así que hacía un número en el aula en la que estaba dando clases y mis alumnos aplaudían, se reían o preguntaban. Siempre que algo me avergüenza, la cara me queda llena de manchas coloradas como ciruelas.
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Me gusta manejar, tener el control sobre las cosas, saber dónde y qué están haciendo mis hijas, mi pareja, mis hermanxs sus hijxs y mi mamá. Me gusta ser quien planifica las comidas y los horarios de sueño. Qué falta comprar y qué hay que poner al lavarropas. En los jardines disfruto de ver las plantas que crecen solas, hay un zapallo que nació de las semillas del cómpost, una Santa Rita que se enreda en la palmera, una enamorada del muro que avanza sobre el techo de la galería, un jazmín que monta el tapial, dos árboles de palta que salieron guachos y están ahora marchitos, no sé si por la sequía o si fueron los dientes de la última mordida de la coneja que está enterrada ahí mismo, cerquita de ellos que extienden la falta de sus saltos blancos. Me gusta encontrar un animal de juguete sucio con tierra, un brote de menta, los malvones que vienen de otras mudanzas, que fueron del cantero de mamá, un rosal que permanece muerto y erguido al lado de la hamaca. En el patio interior, hay lazos de amor, palmeras, hojas iguales a astas de ciervo, un jazmín que era de Tavi, calas, helechos y suculentas, una jaula con pájaros de mentira, una campana antigua y un cardenal hecho de mate cuelga del ficus que está en la maceta más grande, el viento lo tumba en cada tormenta.
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Tengo dos floreros, uno tiene solo los pimpollos de rosas secas, lo único que permanece de un montón de tallos decapitados. El otro florero es más alto y es el que tiene el agua limpia con el ramo de la semana. Los pongo cerca de la estatua de la Guadalupe, me persigno y le beso las manos juntas. Cari me regaló un rosario que trajo de Salta y se lo enredé en el cuello. Le llega hasta los pies que no se ven porque sale medio cuerpo de un ángel a cubrirlos. A todo le faltan partes.
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Me gustaria escribir con el corazón milenario de los carozos, las semillas, las raíces, el canto que sale sin lecciones de la boca nueva de un pájaro, con el cuero de la coneja que se pudre en el fondo de la tierra, con la elasticidad de las lombrices que se alimentan. Por eso después de preparar el desayuno, de bañarme, de tender la cama, de sacudir las escamas finas que flotan en las cosas, de lavar las sábanas, de revisar mentamente el trazo de las próximas horas; me siento a escribir para perder la línea del tiempo.
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