El puerperio es un domingo largo. Mamá desayuna con nosotras en mi cama. Nosotras somos mi hija Francisca de dos años y yo con los brazos sobre el recién nacido. Tengo aún miedo de nombrarlo hijo completo. Es una extensión de mi cuerpo, hace unas horas estaba aún dentro mío por eso pienso en nosotras y lo incluyo en mí, mi Dalmiro chiquito, apretando las costillas ahora ajusta sus encías en mis pechos, intenta focalizar mis ojos sobre los suyos.
Mamá tiene el pelo rubio y los rayos de un sol otoñal replican otras hebras. Encuentro en su imagen hojas de sus árboles, mis piernas de la infancia quebrando las nervaduras secas, el crujido de la alegría en un presente continuo. Francisca va y viene con zapatos de Pipi, mi hija de veintiún años que se fue al campo con su novio, entonces aprovecha la libertad para tomar sus cosas sin condiciones, taconea unas botas blancas, revisa la mesa de maquillaje, mueve las caderas y tararea una canción española de moros y princesas que aprendió viendo a niños bailar en Go talent. Mamá la alienta y celebra cada paso, yo acicalo a mi bebé como lo hace un animal, reviso su pelo, miro el ombligo, limpio las pelusas de la manta que se asientan en los pliegues de las piernas, voy calcandome sus contornos. De chica, mamá me daba papel transparente y cuadernos que habían sido suyos para que dibujara barcos, mapas, paisajes. Aprendí de ella a mirar el detalle. La vista explorando el naufragio de los hijos salidos de un océano que siempre queda cerca.
*
El agua callada,
el agua tibia,
el agua blanquecina,
el sol entre las piernas,
el húmedo arco iris:
todo creado por ti
y por mí.
Dice un poema de Susana Thénon que vuelvo a leer y a adjudicarle otro sentido. La poesía abre la libertad para que podamos entender todo de nuevo y de una manera reveladora y distinta. Estos días leo poco de lo empezado, avanzo lenta como los rinocerontes, me estanco en los párpados nuevos que se desperezan lento absorbiendo la luz con calma.
Cuando mamá volvió a su casa, dejé de escuchar su murmullo. Mamá habla mientras hace las cosas que va nombrando. Supongo que así aprendí a hablar, imitando el ruido interminable del zumbido. Mamá es alérgica a las abejas pero en su voz hay un panal efervescente de cosas por nombrarse. Algunas veces le pido que deje lugar al silencio para escuchar, otras me doy cuenta que es la que está detrás de mis momentos calladas para que encuentre las palabras. Mamá no tiene aguijón en la lengua, una miel recorre los días aunque no esté.