sábado 18 de marzo de 2023
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Una mirada desde la alcantarilla

Todo lo que parecía lo peor

Primer mes

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Por Belén Zavallo

Hace un mes que todo lo que me parecía lo peor, cavó un peldaño más en el descenso a los infiernos imaginarios. No exagero, venía de dos años de sueño interrumpido por Francisca que pedía teta, después de dejar de amamantar por el embarazo del bebé, me tenía que levantar a preparar mamaderas o calentarlas. Fui haciendo en mi escritorio, que queda al lado de la habitación, un espacio de cosas necesarias para no bajar las escaleras hasta la cocina durante la noche. Un calentador eléctrico de mamaderas, una azucarera, un termo también eléctrico, leche en polvo. Ahora tengo a mi izquierda un moisés rosa que fue de ella con el bebé acostado mientras escribo, cuando llore, haré una pausa en mitad de la frase y daré la teta de nuevo. Según mamá, ella me acostaba a mí ahí también mientras trabajaba. Mamá escribía en una Olivetti y me imagino el teclado sonando sobre mi descanso, también las voces de mis cuatro hermanos que nacieron antes. Al bebé lo arrastramos a nuestra vida y le abrimos espacio físico en cada rincón. Mi cama que ya estaba llena de muñecos y almohadones de las cunas que nunca usó Francisca, ahora tiene el nidito de Dalmiro, la mesa de luz con los cuentos infantiles, suma las toallitas descartables y pañales diminutos, en la cocina a la sillita de comer ahora la acompaña el cochecito que ya estaba guardado bajo la escalera, en el living al lado de la casita de unicornios, está el huevito para el auto que puede sacarse y usar de mecedor. La casa cambia, la vida cambia, el cuerpo que parecía ya contener todos los miedos posibles, alcanza otros, el pecho comprimido de exigencias libera un espacio, como esos comprados en las nubes virtuales para almacenar más documentos y fotos, y tiene entre los bombeos del corazón un sonido más que se agita con la respiración del chiquito que hoy cumple un mes de nacido. Todo lo que parecía lo peor se pulveriza. Hay un encantamiento con el caos. Siento que a mi pesimismo le gana la pulsión de vida, que a mis neurosis incendiarias las apaga un vómito de bebé, blanco como una oveja. De golpe, Francisca que parecía tan chiquita, es una hermana que me ayuda a bañar al menor y me alcanza la toalla seca; Pipi es más grande y sale a hacer las compras para sorprenderme con unas pizzas para todos un día de semana, agrega que termina ella de juntar las cosas para que yo a la mañana no encuentre nada sucio y me ponga mal. Nadie está solo nunca en la casa: hay un perro que siempre quiere correr, una nenita que busca preguntas, un bebé que miramos más que a cualquier dispositivo, hace un mes que leo poco, fragmentado, que miro los libros con ganas de que se lean solos; hace un mes que la poesía insiste en ser un lugar para el reposo, escribí un libro nuevo, tiré poemas, corregí en compañía pero a la distancia, hace un mes que mis hermanos y padres me piden fotos o videos de los chiquitos, que mi amiga me cuenta cómo crece Alvarito que también nació el 16, que nos recuperamos juntas como cuando nos caímos de la Zanella en calle 3 de febrero en Viale después de esquivar tres perros. Me gusta que lo peor sea un llanto desbordante y al otro día una anécdota. Cuando íbamos a tercer año de secundaria nos llevaron a Misiones, en ese viaje había una excursión a la Garganta del diablo en lancha. Subimos con adrenalina y nos sacudió la maravilla. La maternidad es la lancha sobre el agua y la boca hacia el vacío, el tránsito sobre el borde del abismo, el arcoiris que se dibuja gracias a las gotas refractadas sobre los rayos de sol, es bajarse y pisar el suelo pero advertir que el piso no está nunca más quieto. Es sobre todo, saber que lo que parecía lo peor no tiene un techo y que aún así lo mejor está más cerca de la mano, aunque el puño sea del tamaño de una ciruela.

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