“A mi madre le gustaba cantar, pero esperaba a que no estuviera delante mi padre porque le corregía el tono y la hacía ponerse más recta y se empeñaba en que usara mejor los pulmones y el diafragma”, esta cita del cuento De lo que se apoderan de Lorrie Moore está en la colección de Cuentos completos publicados por Seix Barral. Siempre que la leo me encuentro con la sutileza de su ironía, un relato entero escrito en segunda persona se llama Cómo ser la otra mujer y da instrucciones para una amante que va desgastándose de a poco. Lo hace, lo escribe con gracia porque desmenuza la mirada acusatoria que tenemos las mujeres que en algún momento odiamos a alguna amante que nos acechó. Leo a mujeres que escriben para entenderme, también para descubrir cosas que no me he preguntado, para abrir épocas que no he vivido pero que históricamente me pesan como a cualquier otra mujer que se dedique a otra cosa.
“A lo largo de la historia las mujeres han sido más reconocidas como temas del arte que como artistas” dice Celia Paul en Autorretrato, después cuenta que para poder dedicarse a la pintura nunca convivió con su marido y que tenía un cuarto al que su hijo no podía entrar. “A los hombres en general les resulta más fácil ser egoístas. Y hay que ser egoísta. Lo ideal es que “te importe y no te importe”. Hay que entregarse de lleno y al mismo tiempo ver las cosas en perspectiva. Los grandes actos creativos encierran siempre esta dualidad de darlo todo (...) El conflicto se volvió más doloroso mientras cuidaba a mi hijo (...) Si estoy con Frank, no pienso en mí. Lo único que importa es él.”
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Tillie Olsen en Silencios hace un recorrido sobre la necesidad del tiempo dedicado en soledad al proceso creativo. Silencios alude a la interrupción de la escritura de las mujeres por la crianza, por la necesidad económica, por la mirada de los hombres que coparon siempre los catálogos editoriales y ocuparon en un 92% frente a un 8% de las mujeres lugares en el canon literario. El desplazamiento del lugar de la mujer no se dice en tono lastimoso de víctima que se justifica, es un análisis sociológico. Tillie Olsen no plantea el silencio en el sentido de no tener nada para decir, como falta de lucidez, sino que recorre el espacio histórico de la mujer en el centro de la casa, dialoga con Virginia Woolf y descubre cómo la poeta Emily Dickinson dejó de lado su mandato para escribir pero que pudo hacerlo gracias a la vida retirada y a su cómoda posición económica, aún así no pudo negarse al cuidado de sus familiares. Katherine Mansfield escribía en su diario “la casa me come tanto tiempo…”
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Para leer escritoras mujeres tengo que tener tiempo y dinero. Compro muchos libros por mes, siento que es la única forma de poder acceder a la escritura, para hacerlo trabajo, mientras también crío a mis hijas, elijo las verduras para cocinar, tiendo la ropa para que no queden sin vestirse. Una vez, un varón me dijo que no escribiera sobre mí, pienso en varón como una construcción social machista, (alguien como el personaje que le decía a la madre de la narradora de Lorrie Moore cómo cantar), yo no soy una dama, esa otra construcción de mujer sumisa, me río pero no soy complaciente. Yo soy una mujer que trabaja de escribir, de dar clases, de coordinar talleres, de reseñar a otrxs. Acepto las críticas, crezco con ellas, leo entre líneas, me equivoco, algunos textos propios me gustan, otros no. También interrumpo mi trabajo porque mis hijas están antes que todo porque yo necesito que estén ahí, no reniego del lugar que me hace bien darles y gracias a otros vínculos presentes puedo tener mi escritorio, mi biblioteca, mi teclado. Y no lo considero privilegios, lo considero necesario.