viernes 29 de marzo de 2024
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Una mirada desde la alcantarilla

Si un león te tuviera entre los dientes, yo lo atacaría

El amor, materia de este mundo

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Aprendí a querer con su costado oscuro. Para mí, el que ama de verdad se enfrenta también a él, lucha como la carne de la fruta con su carozo por desprenderse, por pudrirse y hasta dejarlo que resbale de su pulpa. No estoy hablando de la violencia como un signo que cohabite la experiencia amorosa, no. Eso también lo conocí y fue espantoso, el tormento del miedo, los puños contra las paredes, un plato estallado como el interior de la luz en partículas que no dejan de flotar durante años. Astillas guardadas en los párpados. El amor rabioso junto al otro sí me parece el más real dentro de todas las subjetividades en las que me muevo. Por eso digo, yo creo que hay un costado que mastica la bronca conjunta, que exprime con la mandíbula el dolor ajeno. Me acuerdo de situaciones de parejas, de madre e hija y de amigas. Durante muchos años no pude soportar ver al ex de una amiga porque había sido desleal con ella, después ella lo perdonó y ahí también evaporé mi resentimiento de la lengua. Quizás imponerme obturar ese conducto odiador es una forma de quererla más, quizás es también un acto cobarde por temor a una pérdida. Mi mamá desconfiaba de algunos novios que tuve y yo más me aferraba a esa idea de amor, me alejaba de ella, en la búsqueda de sus disgustos fui feliz o desfachatada exhibiendo una alegría momentánea, después volvía a oler su axila para recuperarme. Mi hija tuvo amistades que yo no podía ni ver, chicas y chicos que me parecían malvados y cínicos, ella los amaba. Me enfrentaba con actos y palabras, yo insistía en mi postura y no me importaba fingir delante de nadie. Un día incluso me acuerdo de haber echado a algunos en la puerta de mi casa. Después se repitió la historia de la madre y la hija y la nariz aplastada entre las costillas. Siempre curé con mi lengua su cuero, puse mi saliva en las heridas, hundí mi cara en su carne. El apego feroz de una historia sin fin. Cuando éramos chicas con Gisela curábamos perros que veíamos abichados, no teníamos idea de lo que hacíamos, solo un instinto. Despulgábamos las panzas hirviendo, reñíamos con las garrapatas que se pegaban como sopapas a la piel, las envolvíamos en papeles y después las prendíamos fuego porque alguien nos había dicho que de la sangre salían más huevos. Era repugnante y serio, un trabajo compartido. Una vez un novio mío le escupió la cara a ella y no me lo dijo hasta que pasaron los años, ella no quería perderme, yo sentí que también le había hecho lo mismo aunque no hubiese abierto mi boca.

En un poema de Sharon Olds dice “si un león te tuviera entre los dientes, yo lo atacaría” mientras profesa un amor apasionado y salvaje a su marido. Me encanta leerla porque en el torrente de barro que se desprende de las paredes de su cauce, hay detalles luminosos que reivindican lo más humano.

"El asunto es escribir lo que uno piensa realmente. Creo que cuando le damos a nuestra lapicera un poco de libre albedrío, nos podemos sorprender a nosotros mismos. Todo ese deseo de parecer normal en una vida ordinaria, todo ese esfuerzo por encajar se desarma frente a nuestro propio ser desconocido en la página. Y una cosa que amo de escribir es que podemos hablarle a los ausentes, a los muertos, a los que se apartaron y a los que echamos de menos, a todas las personas de las que estamos separados. Podemos verlas otra vez, entenderlas mejor, hasta decirles adiós.

Y me interesa la vida de todos los días. No le pido a un poema que lleve un montón de piedras en los bolsillos. Solo quiero ser una observadora viva que siente y deja que la experiencia la atraviese, pase al cuaderno por la lapicera, a través del brazo, fuera del cuerpo, a la página, sin distorsión.”

Hay en el amor y en la escritura una misma fuerza volcánica, una secreta potencia que se hace visible en lo que nos importa tanto que también, a veces, podemos olvidar. Creo que no hay ninguna verdad en lo escrito y que sin embargo, los asaltos de las escenas constituyen una realidad insignificante que evoco con fe, mi espalda hoy no necesita espalda, pensé en eso cuando leí el poema, en el amor y en las exhibiciones que me avergüenzan, pero que también hoy me permito que suden en el texto y me despinten, que salten como pulgas o que revienten en algunas caras como garrapatas en el fuego.

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