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Me enamoré de nuevo, con el entusiasmo que trae la novedad mil veces experimentada, me enamoré con la vista como corresponde a un corazón jovial que adora las sopas. Me enamoré del puesto y del cartel que dice “Solo calidad!!! Frutas y verduras del país y el mundo”. Miro todo maravillada, pido papines, zanahorias del Norte, portobellos del tamaño de mi mano, champiñones blancos como la panza de mi bebé. Francisca lloró la noche anterior porque no le había preparado sopa de la Oli, es decir la receta de sopa de mi mamá que todos tomamos de chicos y que nuestros hijos, sus nietos, piden como un manjar de príncipes en noches de frío. Salí de casa a buscar zapallo, puerro, alguna rama de apio. Llegué a la verdulería sin ilusión y me encontré con un mural vivo de variedades exóticas para las pocas cosas que hay siempre en las otras que frecuento. Me olvido por un rato del bebé que está dolorido por las vacunas, de sus piernas inflamadas como jamones serranos, de su llanto afónico de tanto llanto. Más temprano leí Recetas invernales de la comunidad de Louise Glück, voy de a poco leyendo su obra en español, lo que se consigue, estas son ediciones Visor y las leo como a pequeñas novelas escritas en verso. Subrayo y dibujo corazones al margen de esas líneas que me hacen gritar para adentro.
*
Nací hace mucho tiempo.
Ya no queda nadie vivo
que me recuerde de bebé.
¿Era un bebé bueno? ¿Uno
malo? Salvo en mi cabeza
ese debate ha quedado
silenciado para siempre.
En qué consiste
ser un mal bebé, me preguntaba. Cólicos,
dijo mi madre, lo que quería decir
que lloraba mucho.
¿Qué hay de malo
en eso? Qué difícil era
estar viva, no me extraña
que todos murieran. Y qué pequeña
debí de haber sido, flotando
dentro de mi madre, acariciada
en señal de aprobación.
Qué lástima haber empezado
a hablar, perdiendo la conexión
con ese recuerdo. ¡El amor de mi madre!
Demasiado pronto surgió
mi verdadero yo,
robusto pero amargo,
como un despertador.
*
Me gustaría guardarle a mi hijo su primera forma de habitar el mundo, sus ojos risueños y su balbuceo indescifrable. El lenguaje propio, el único y secreto, sin traducción posible y a su vez el que me comunica cómo se siente y que puedo hacer para que se encuentre mejor con su cuerpo y los nuestros.
*
Pongo la olla con las cosas para que empiece la cocción pero termino apagando la hornalla, el bebé está mal, con fiebre en las marcas que dejó la inyección, lo baño de nuevo, acaricio con talco la hinchazón caliente, postergo el antojo de Francisca, ya tomaremos sopa juntas, ahora el chiquitito está mal y me necesita como vos antes, le digo, entiende, se va con su padre. Evito encontrar su cara de disgusto y reproche. Los adultos somos cobardes para enfrentar el reclamo de los hijos, es mejor el autoengaño, la reflexión culposa, la justificación impostada. Es cierto que quisiera ser pulpo para que me den los brazos, pero Úrsula en la La sirenita es la mala y sus tentáculos largan oscuridad.
*
UN RECUERDO
Se apoderó de mí una enfermedad
cuya causa nunca llegó a determinarse,
aunque se fue haciendo más y más difícil
mantener una apariencia de normalidad,
de buena salud o de alegría existencial...
Poco a poco me fue apeteciendo estar solamente
con los que se me parecían; los busqué como pude,
algo que no era precisamente un asunto sencillo
puesto que estaban todos disfrazados o escondidos.
Pero al final encontré algunos compañeros
y en aquella época a veces salía a caminar
con uno u otro por el margen del río,
hablando otra vez con una franqueza que casi había
olvidado…
Y sin embargo, casi siempre guardábamos silencio.
Preferíamos
el río antes que cualquier cosa que pudiéramos decir...
En ambas orillas la alta maleza ondeaba
en calma, sin cesar, bajo el viento del otoño.
Y me pareció recordar este lugar
de mi infancia, aunque
en mi infancia no hubiera ningún río,
solo casas y jardines. Así que tal vez
estuviera regresando a aquel tiempo
anterior a mi infancia, al olvido, quizás
fuera ese río el que recordaba.
*
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