lunes 11 de diciembre de 2023
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Una mirada desde la alcantarilla

Poesía guerrera

Barcos encallados que vuelven a navegar

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Conocimos a Mady Wolff gracias a Jacarandá, una pequeña librería especializada en poesía que fundamos con Washington Atencio en 2018. Mady formaba parte del catálogo de Caleta Olivia, una editorial independiente que amamos, su libro de poemas se llamaba Paraguay y nos había gustado a ambos.

Pablo Gabo Moreno, la cara de Caleta, nos mandaba cajas con ejemplares en consignación. Así, sin conocernos, sin saber si íbamos a moverlos, él intuyó que el interés era real. Creo que Gabo nos dio un empujón, si él nos tenía fe, nosotros también podíamos sentir lo que queríamos con más claridad. Jacarandá hoy es una referencia literaria, la lleva adelante Washi, amplió el catálogo, aprendió de excell y esas cosas horribles, zarandea las redes. Yo estoy al costado pero promuevo la lectura porque sinceramente solo consumo libros de Jaca.

Pero quiero más que nada hablar de Madeleine y cuando la nombrás se abren flechitas con esos mapas en el pizarrón: Mady es amiga íntima de Adriana Riva, otra escritora. Autora de Agnst, un libro de cuentos, publicado por Tenemos las máquinas; La sal que es una novela y Ahora que sabemos esto, un libro de poemas que dialoga con la Odisea y con la figura de la madre (publicado por Rosa Icerberg). Juntas, las amigas de la vida se encontraron poetas y una de las manos llevó a la otra a la Isla Silvia. ¿A qué? Se embarcaron en la aventura de coordinar un taller de poesía en medio de la guerra.

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“En Isla Silvia, Delta del Tigre, funciona una de las casas comunitarias de Vientos de Libertad/MTE, donde conviven cientos de pibes que están en proceso de transformación por consumo problemático. En el 2017 en esa casa, en esa isla, nace Poesia Guerrera, fruto de un taller que coordinan Madeleine Wolff y Julian Lopez, quien también hizo su proceso en el espacio. Con la palabra como fuerza constructora de mundos y la potencia de lo colectivo trabajamos en la posibilidad de otros relatos posibles para una vida ,y un mundo, más justo y amoroso. Hoy en día participan del taller alrededor de 20 pibes, de diferentes edades, trayectorias y territorios. A lo largo de estos años articulamos con artistas y organizaciones (Fábrica de Estampas, Juan Becu, Cooperativa de Diseño, Majo Moiron, y otres) que nos acompañaron a traducir las poesías en otros lenguajes como el grabado, el dibujo y el diseño. A su vez hicimos presentaciones y lecturas en diversos espacios como Tecnópolis, CC Matienzo, IMPA, CC Conti (CABA),CC Recoleta, entre otros. Realizamos viajes a Rosario, Paraná y Jujuy. En el año 2021 publicamos nuestro primer poemario de forma autogestiva. Poesia Guerrera apuesta a que miremos el dolor psíquico y el arrase emocional que vivimos desde su raíz y anclaje político,es un llamado a colectivizar los dolores y reactivar las subjetividades para recuperar la fuerza vital arrebatada, esa que necesitamos para cambiar el mundo”

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En 2019, Mady y Adri con Julián y un grupo de tres chicos vinieron a Paraná invitados por un espacio que creamos con Manu Mántica y Washington que llamamos “Las trincheras del poema”. Lxs chicxs abrieron una charla en la Casa de la Cultura, sacaron sus guitarras y leyeron sus poemas colectivos. Me acuerdo de la emoción que producen las cosas y después descubro lo que era. Había un texto que se llamaba Banana del Ecuador, un poema narrativo y coral que contaba la historia de una banana que era llevada de un espacio a otro, que la maduraban en cámaras, que explotaban la tierra de donde venían y terminaba así: “Mady fue a comer a la casa de un familiar / le sirvieron banana de postre, / la guardó en la cartera, / la hizo pasear por Tigre en colectivo / Es una banana de una verdulería humilde / paseó en lancha y llegó hasta acá, se cayó / con su marca, hecha en Ecuador, / eso es su documento / la banana estaba en situación de calle / tomó conciencia y se vino a internar en la isla. / está muy golpeada, ¿ves sus moretones? / Porque la banana es amarilla / pero puede ser verde, violeta. / Se debe sentir prostituida, / la sacan, la pagan / la llevan a donde quieren: / trata de bananas./ Tengo una historia real sobre la banana. / Madi la machucó, le sacó la familia, / la secuestró, pero le vino a salvar la vida acá. / Banana te escuchamos / y te recibimos con un aplauso.”

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Los poemas son un tejido cargado de afectos e historias épicas, dice en la contratapa del libro que pudieron editar gracias a la ayuda (otra vez) colectiva y solidaria.

Este sábado, la Poesía Guerrera va a estar en un encuentro que llamamos La siembra poética, en Casa Boulevard a las 20h. ahí hablaremos de darle espacio a la belleza, de las publicaciones autogestivas como el Proyecto Camalote de Ferny Kosiak y presentaré mi libro Aspas que publica la editorial Híbrida.

Este texto de hoy no es sólo una historia sobre una isla, es la forma de unir los territorios y las voces, de hacernos un archipiélago y de abrir la literatura a toda la comunidad que sienta curiosidad por saber de qué se trata. Este texto es una invitación.

Hay una responsabilidad artística frente a este mundo que parece embebernos en un solo lenguaje: el del enfrentamiento, la zanja, la grieta. Juntar voces que hagan algo por la belleza es una forma de habitar el mundo. Solemos asentir cuando se enuncia que la poesía no sirve para nada, en un sistema en el que todo tiene que ser útil y redituable, la palabra poética nombra y no suena nunca el clinggg caja. Pero hay otro eco que tiene más potencia.

En el poema Decir lo bueno hay unos versos que dicen:

Al tener al otro enfrente

y mirarlo

se vienen buenos pensamientos

le tiramos una soga al otro

y mirá, le sirve a un tercero.

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