No lugar
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I
Una vez mi hija se escondió y no podíamos encontrarla. A mamá la cara se le plisó como una pollera larga.
La desesperación sabe surcar la piel.
Gritamos su nombre con demencia. Los teros se apoyaron en nuestra lengua. Las chuzas nos partieron las venas de las muñecas.
Cada puerta abierta sostenía el vacío. Hasta que ella quiso moverse y soltar la punta de una cobija vieja doblada
enorme en su cuerpo
como un fardo bordeándole el esqueleto.
Nos miró y se rascó el lomo igual que un perro.
La alergia la sacó de su escondite. A nosotras nos volvió el color a la piel.
II
En la misa de la escuela me gustaba apoyarme en el costado del cuerpo de mamá. Era la fecha en la que usaba el tapado de piel de nutria.
Los pelos marrones me enfriaban la nariz. El brillo de los vitrales se repetía en las hebras amontonadas, mamá abría el broche y el forro de seda tenía su calor.
Hundía las manos.
Asomaba mi cara, olía el perfume de ella y del cuero guardado.
Mamá tenía los brazos gordos y flojos. Un murciélago de sangre caliente. Un vino dulce guardado en el paladar
junto con la ostia.
III
Con Gisela nos escondimos en la sacristía. Primero limpiamos la copa del cura, doblamos las servilletas planchadas con apresto. Miramos las túnicas colgadas en perchas. Cuerpos triangulares suspendidos. Uvas bordadas. Abrimos las puertas que tenían llaves. Probamos el vino. Mordimos las obleas benditas. Nos envolvimos con el terciopelo bordó del confesionario. Jugamos a ser santas.
IV
Sandra se cuelga de las campanas y salta. Tiene las piernas largas como pinos, cuando dobla las rodillas es como si hachearan un bosque. Los dientes parece que guardan luces.
Le brilla la risa y canta sin parar. La escalera caracol sube hasta el coro. No hay nadie y cada vez que hablamos el eco retumba.
Sandra se ríe y hace morisquetas, suelto la vejiga y me orino. Y un olor a vinagre cae como una cascada hasta la quinta estación del vía crucis, un paño embebido limpia las heridas de Cristo.
V
Junto las manos como si estuviese rezando pero las lleno de agua. Mi hija acerca el pico de perdiz y toma sobre mi piel. Sacudo las últimas gotas sobre las caderas. El sol alumbra desde sus ojos.
VI
Sandra patinaba rápido y saltaba los cascotes de la vereda rota de la plaza.
El ruido de las ruedas zumba entre los abejorros que hay en el ceibo.
Las flores rojas tienen forma de pájaro. Las junto y las envuelvo en la remera. Me mancho con su tinta. Pronto nos vendrá la menstruación por primera vez. Aún no lo sabemos pero guardamos semillas de palo borracho como si fuera algodón.
VII
Era domingo. Era soleado. Ella llegó llorando y me abrazó. Yo la acompañé hasta la puerta del baño. No supe que atrás de la cortina estaba el filo.
Cuando olí la sangre la enrollé en un toallón.
Escondimos nuestras caras para no dolernos más pero hablamos hasta quedar dormidas.
Ahora tiene pulseras que tejió atando nudos. Una es roja y en el centro tiene una piedra que brilla.
VIII
Acaricio la ruta con mi frente. El vidrio sostiene el peso de la cabeza.
La banquina es otra ojera por donde rengueo.
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