viernes 17 de marzo de 2023
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Una mirada desde la alcantarilla

Mudanzas

El cuerpo, los cuerpos

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Tengo el cuerpo corrido del cuerpo como una foto sacada en movimiento, pienso y me paro frente al espejo, a los múltiples reflejos porque en esta época se usan los muebles con puertas inmensas espejadas y esta casa los tiene y a mí me gustó encontrarme con ella de este modo, con su modernidad pensada por otra mujer pero que encaja con lo que hubiese querido yo también. Vivo en una casa que no es mía pero que la siento propia desde que entré hace tres años. Al cuerpo en cambio, en este mismo período lo pierdo y lo recupero, como a una pieza de puzzle que queda sola sobre la mesa y se vuelca un vaso, no alcanza a encajar aunque pertenece a esos huesos. Los dos embarazos fueron crecieron bajo estos techos y encima de estos cimientos, como el jardín que va aumentando en floración y ramaje, como la enredadera que antes apenas alcanzábamos a ver y ahora esconde las paredes del patio, la familia también se extiende y revela nuevos nombres y caras, palabras usadas de forma singular por Francisca, sonidos gorjeando desde la garganta de Dalmiro que cumplirá su primer mes entre nosotrxs.

Mi hija mayor descubrió un día una bolsa con pelo negro de mujer ni bien nos mudamos. Se espantó en la mesa mientras comíamos juntas porque yo no entendía qué era lo que había encontrado, y ella había asumido como un descuido más mío. Pipi es ordenada en extremo, yo limpio obsesivamente así que tenemos esos roles ya incorporados. Después de la desesperación por los pelos negros embolsados, la macumba, el presagio funesto, las risas incontenibles de las dos, el miedo de subir a buscarla, de abrir la bolsa para confirmar que no era un delirio; pude descubrir que era la cola de caballo de la dueña de casa que se lo había cortado y dejado para entregar a una fundación para niñas con cáncer. Esa bolsa de pelos estaba detrás de unas puertas espejadas en mi habitación. Nunca olvidamos el ataque de risa que nos dio ese día, uno de los primeros instaladas en la casa, el susto subía junto al tono de voz entre las dos: —¡¿No es tuyo eso mamá?! Y todas las suposiciones que hicimos sobre brujerías y otras historias tenebrosas para entender por qué había una bolsa con pelos en ese armario. Aún así sentí siempre la casa cerca de mí, cómoda como no había percibido nunca ningún lugar anterior en el que haya vivido, ni siquiera la que elegí cómo tenía que ser desde sus planos, una casa hermosa que siempre me pareció extraña y de la que salí junto a mi hija con las cosas que siempre habían sido mías desde antes de su construcción.

El cuerpo dije que lo siento corrido de lugar, no ajeno ni extraño, sino fuera de eje. Es obvio que los embarazos nos destartalan, que hay un después de sillón desvencijado, de perra echada en la sombra de una plaza que dejó de correr las motos que antes la llevaban a una competencia por la velocidad. El cuerpo como territorio movido y vuelto a acomodar como se pudo después de una inundación, eso siento aunque haya ropa que ya vaya volviendo a entrar, no calza de la misma forma. No me conforma y tampoco me enloquece. No se trata de gordura o flacura, solo es un paisaje más sobre el que en silencio y en posición vertical me detengo.

“No sos gran cosa, le dije/

un día a mi reflejo/ en el estanque verde/ y sonreí”.

Mary Oliver

Me gusta leer poemas porque siempre es más fácil reconocerse, encontrarse, descubrirse fascinada con las formas que el lenguaje puede desplegar sentidos, con la disposición de las palabras en los versos, con la libertad para ser otra cosa distinta. Una cola de avestruz que se abre como un abanico en el medio del desierto. Eugenia Almeida en Inundación dice “La escritura como movimiento, como desplazarse, como amorosa renuncia a soltar el propio punto de vista para ver otra cosa. Otra cosa.

Un compás de espera. Todo lo que bulle en ese momento exactamente antes de. La pausa en medio de la escritura. Los ojos que buscan. La respiración. La mano que se apoya a un lado.

Se escribe con el cuerpo. No se trata de una actividad mental.

Se escribe con la espalda, las manos, los ojos, la nuca, las piernas.

No hay que olvidar eso: cada vez que hay escritura, es un cuerpo el que escribe.

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