lunes 4 de diciembre de 2023
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Una mirada desde la alcantarilla

Marabunta

Cadena de hormigas

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Por Belén Zavallo

Me gustaban las heladas o bien es que me gusta el recuerdo de pisar la escarcha. Caminar sobre el manto apenas blanco, el ruido sobre ese lomo erizado en el pasto. El yuyo seco y su quiebre. Crecí sintiendo frío, tanto, que las manos y los pies permanecían helados aún en otras estaciones.

Me decían “manos frías, amor de un día”. Mamá me calentaba agua para la bolsa de los pies por las noches, cambiaba de lugar las estufas, preparaba sopas y cafés, una madre siempre sabe cómo devolver temperatura al cuerpo de un hijo y cómo bajar la fiebre con sus labios sobre la frente.

Una amiga se burlaba porque mis manos parecían mojarse solas, pequeñas hebras de agua en las líneas de la vida. La piel de la palma con sus alambrados deshechos y un brillo apenas de sudor helado.

*

Hubo una época en la que se usaba sellar la amistad con un pacto que incluía pegar la sangre con sangre. Un lacre con las yemas de los pulgares y un juramento. Creo que nos pinchamos los dedos con Gisela, con Sandra, con Lucía trepadas en el ceibo de la plaza. En la rama donde nos sentábamos a descansar. En el árbol lleno de flores con forma de pájaros rojos o de besos sueltos que caían en la tierra.

*

Has empezado tu propio viaje, no hacia el mundo, como tu amigo, sino hacia ti misma

y tus recuerdos.

A medida que se desvanezcan, quizás consigas ese envidiable vacío en el que fluyen todas las cosas, como la taza vacía en el Tao Te Ching..

Todo es cambio, dijo, y todo está conectado.

También todo regresa, pero lo que regresa no es lo mismo que se fue…

Louise Gluck

*

El pensamiento es dolor, dice Fabián Casas en una clase magistral, y sigue contando que por eso la madre quería que no estudiara filosofía “para que no pensara”. Después terminó siendo poeta y creo que fue peor porque en la poesía se siente lo que se piensa. Convirtamos el dolor en aventura, dice en la mesita plástica desde donde imparte una clase magistral.

*

La primera vez de mis hijos menores en el cine coincidió con el día de la patria. En Viale el único cine que conocí fue el del abuelo de Lucía pero ya estaba cerrado. Entrábamos a escondida a la siesta y recorríamos la sala inmensa, llena de un polvo que flotaba en el aire, con gajos de enredaderas que iban naciendo entre las grietas de la pared. Mi película es la infancia.

*

Pipi es una niña de unos ocho años, cruza la calle de la casa de mi mamá. Juega con mi sobrino en la canchita de fútbol a juntar bolitas de paraíso, palos, ramas, piedras, flores rosas de esas que nacen junto a los abrojos. La miramos desde la vereda de enfrente, no hay casas en ese lado, un breve campo, arcos de caño, las marcas de los cuerpos sobre la tierra. Me gusta esa parte del suelo gastado por el peso del arquero, la marca en el pasto de los lugares en donde más patean goles. Atrás crece la cúpula de la iglesia y la ruta de las palomas. Campanazos antes de la misa, campanazos cuando pasa una caravana fúnebre, campanazos por Santa Ana. En mi memoria, Pipi también podría tener cuatro años, o dos como la edad actual de Francisca. Sé que la vi como a una mártir, llamas de hormigas subían sobre sus piernas. Ella estaba estaqueada frente a nosotros, atravesada por una calle de ripio, con el fondo verde atrás de su llanto. Las piernas se iban volviendo negras, los gritos pesaban como balas. Corrí hasta ella, la alcé, sacudí sus piernas, le quité la ropa y la bañamos. El agua apagó su voz.

*

No fue un sueño, fue una tarde de verano. Las mujeres gritaron y como locas sacudieron a una nena. Las vi desde el frente de mi casa, le pegaban entre todas y después la metieron a la casa, los gritos se siguieron escuchando.

*

Si todo es cuestión de perspectivas, las historias son lo que cada cuerpo repone, no hay una única historia. Así nace la literatura.

*

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