martes 14 de marzo de 2023
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Una mirada desde la alcantarilla

Los mecánicos

Todas las imágenes desaparecerán

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Por Belén Zavallo

A media cuadra de mi casa, había un galpón mecánico. Antes de llegar a la esquina, sentía el olor a motor, a aceite sucio, el ruido de las máquinas que existen adentro de los autos, el despliegue del bufido del acelerador pisado sin miedo. Siempre que le pasaba algo al auto de papá, iban los varones a preguntar si podían llevarlo o si les pasaban presupuesto del arreglo o de un repuesto. Alguna vez crucé en bicicleta y si papá o uno de mis hermanos estaba con el Ruso, yo podía entrar a pedir que inflaran las gomas. La calle era de piedras, de piedritas grises que si te caías, enterraban sus puntas como colmillos. La memoria tiene imágenes nítidas que también van al fondo de las cosas. Olés una cerradura y ahí se abre: ese pequeño espacio del pasado mirándote de frente, sin ningún sentido.

Antes, creo que esto ya no es así, todos los talleres mecánicos tenían pósters en la pared y eran de mujeres semidesnudas, el cuerpo engrasado de aceite y los pelos rizados, las bocas rojas y los pies siempre sobre tacos altos. De chica nunca vi una mujer así excepto en esos póster o en revistas que mi hermano mayor escondía abajo de su cama. Lo mismo en la gomería del Negro Gogó, si tenía que ir, esperaba en la vereda que saliera algún empleado a atenderme, no me gustaba entrar. Esos lugares cenicientos eran los antros masculinos de guarangadas, mujeres objeto, risotadas como de demonios a los que las chicas les teníamos cierto temor.

De grande conocí otro tipo de talleres mecánicos en donde las esposas atendían el teléfono y te aompañaban a dejar el auto, con oficinitas de ventanas grandes dentro del galpón, mujeres con perrito siempre en la falda que mantenían la civilidad de los modos. Nadie hablaba más que de fechas de ingreso y de espera para tener el auto listo, o ponderaba algún tallo largo de planta que crecía en un frasco y se enredaba en los estantes. Ayer leía en Los años de Annie Ernaux el recorrido por su aldea, los modos de decir y de moverse de la gente, el sexo como una identidad que construía las formas de los espacios.

Todas las imágenes desaparecerán, dice la autora y hace un recorrido que despliega una memoria colectiva y a su vez personal.

“Todas las imágenes desaparecerán. la mujer en cuclillas que orinaba a plena luz del día detrás de un barracón que hacía las veces de bar, junto a las ruinas, en Yvetot, después de la guerra, se subía las bragas de pie, con la falda remangada, y se volvía al bar la cara cubierta de lágrimas de Alida Valli bailando con Georges Wilson en la película Una larga ausencia las imágenes reales o imaginarias, las que perduran hasta durante el sueño las imágenes de un momento bañadas por una luz que les es propia. Se desvanecerán todas de golpe como ha sucedido con los millones de imágenes que estaban tras las frentes de los abuelos muertos hace medio siglo, de los padres, muertos también ellos.

Imágenes donde aparecíamos como niñas en medio de otros seres ya desaparecidos antes de que naciéramos, igual que en nuestra memoria están presentes nuestros hijos pequeños junto a nuestros padres y nuestras compañeras de colegio. Y un día estaremos en el recuerdo de nuestros hijos entre nietos y personas que aún no han nacido. Como el deseo sexual, la memoria no se detiene nunca. Empareja a muertos y vivos, a seres reales e imaginarios, el sueño y la historia.

Se anularán súbitamente los miles de palabras que han servido para nombrar las cosas, las caras de las personas, los actos y los sentimientos, que han ordenado el mundo, que han hecho latir el corazón y humedecer el sexo.”

Ayer una chica tocó el portero de casa llorando porque había chocado nuestro auto estacionado. Tenía su cubierta reventada y nuestra chapa entera arrollada con la suya. Los vecinos asomaron de las puertas y volví a pensar en las imágenes de mi barrio. Todas las imágenes desaparecieron y sin embargo hay tanto siempre en el fondo que parece sin que nos rasquemos el cuero cabelludo.

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