lunes 4 de diciembre de 2023
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Una mirada desde la alcantarilla

Léxico familiar

Palabras a borbotones

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A esta casa le tapiaron las ventanas, están sometidas al hermetismo, miro la vereda de enfrente, camino y me detengo para sacar una foto. Oscuridad y abandono, un pasado blindado. Camino por calle Montevideo hacia la dentista, repaso con la lengua la cara de los dientes, reviso habérmelos lavado bien antes de salir después de haber dejado el mate y la computadora en casa, el bebé a upa cantando en la despedida y en la distancia de las tres cuadras y la media hora, el movimiento del sacudón liviano, la risa limpia de las encías como pimpollos de rosas.

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En casa decían lavate bien la troya, la boca era algo por arder si no se tenía limpia o era lo que guardaba el desastre. La troya y el troyudo, el bocón, el que estaba explotando en improperios o en mentiras, y las mentiras eran bolazos limpios. Una asepsia recorre un léxico que no se ancla en parentescos, hablamos como donde crecimos pero también con los oídos abiertos como mariposas.

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Bránquias por donde entraron las formas de nombrar el mundo: Francisca dice lagras en vez de largas, lo uso; naides pelia, adopto hasta el gesto de su mano que sentencia en gauchesco.

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Me gusta la apropiación del lenguaje hasta que los extraños pregunten qué, qué quisiste decir. Entre quienes ampliamos el paladar nos tentamos muchas veces por hablar con nuestro léxico: no seas truhana, las cosas entre nosotras, una intimidad inofensiva que se expande como micelio entre nuestras raíces.

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Las miradas sobre los cuerpos: ancudas, percheronas, mastodontes. El pueblo hablando de: los piojos resucitados, los miserables que tienen a lo perro pero viven como ratas, los fortachos, las carmencitas, los del chopán, los del sarse. Escabullirse igual que juyirse. Tener a lo perro, morfar hasta reventar. Vivir en pocilgas por no limpiar la casa, transformar las cosas en nomenclaturas, amansar los ánimos, manso manso manso, el lenguaje en rebeldía siempre diciendo hasta al revés “poco chica”. Otra vez decir las cosas del mismo modo para permanecer en un mismo tiempo, en un tono de las cosas, una fotografía que se mueve en fonemas. Amigas, hablemos como a los quince.

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No te sonés los huesos, el crujido interminable que empezó en otra vértebra de otro esqueleto. Una sucesión de implosiones internas: mi hija partiendo el cuello, mi madre. Antes otros chasquidos que no conocí. Picos e pájaro retorciendo semillas. La tropilla de contracturas, el galope de las migrañas sobre las sienes, un lenguaje físico con destellos luminosos que sin embargo sumergen en un pozo, como estar en el fondo del agua. Estoy verde. Una madre no nadó nunca, solo mojó parte de su cuerpo. Un padre cruzó el río. Los brazos de los hijos limitados a la extensión de la brazada. Yo pataleo con la lengua. un

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Las canciones de cuna de mi abuela: cachán cachán. El traqueteo de la Sínger. El taconeo de mi tía. Los tamangos de la vecina. Cara de india comanche. No hay que disfrazarse de santurrona, qué vagaza aquella, un escándalo. Querés que se te salga la argolla también, la pregunta masculina rajando el cuerpo nuevo. Cómo nos paramos después frente al espejo. El tabique torcido. La jeta ancha. Orejas de chauchas. El cuerpo reiniciándose desde la lengua.

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