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Dice Jane Lazarre en Una escritora en el tiempo, un libro que atrapó mis horas anoche y que no pude soltar hasta terminarlo (y que, incluso, me desveló al amanecer) que escribir es una forma de activismo, que escribir sus memorias, su mirada política y sus ficciones no podría separarse porque sería una falsedad presentar los textos como géneros que pueden delimitarse. Me parece necesario leerla a ella y a muchas otras mujeres que están siendo publicadas en editoriales que llegan a nuestro país y a nuestras contemporáneas, a las que ya han obtenido un reconocimiento y a las que incipientemente van siendo de a poco publicadas. Todas las mujeres que escribimos somos las primeras que tenemos que tomar la lectura como una punta del ovillo.
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Jane Lazarre que en El nudo materno deja al descubierto todo el desencaje del cuerpo de la mujer frente a la maternidad y relata con crudeza cómo los deseos se corren siempre más adelante cuando se es madre, cómo el cansancio desgasta la lucidez y cómo a su vez, escribir es la forma de despejar la niebla; en este libro retoma el hilo y va más allá de la experiencia íntima. Una escritora en el tiempo hace visible la discriminación racial, el temor en presente de una madre judía de hijos negros, las identidades como espacios para pensar nuestra posición de privilegio en el mundo y también en una geografía en particular. La historia personal como un espejo en el cual mirarse fijamente y desde todos los ángulos como abriendo un botiquín de baño, todas nuestras caras y perfiles analizadas sin conmiseración, un viaje hacia el pasado de nuestra genealogía para abrirla hacia el pasado colectivo.
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He escrito muchos relatos distintos, pero ser madre sigue siendo una pasión fundamental en mi vida, por lo que siempre ha sido una de las experiencias sobre las que más he querido escribir, por las mismas razones por las que todo escritor desea escribir sobre sus pasiones: para describirlas con mayor precisión, para comprenderlas, para transmitir significados a los demás, para servirse de la propia vida y pensar en la vida misma, para llegar a eso que Toni Morrison llamaba «el relato profundo». Por relato profundo, entiendo la vida interior a la que un escritor asiste de forma natural. Ahora bien, cuando los escritores son madres, surge un aspecto especialmente exigente en la búsqueda de lo que Virginia Woolf llamó «momentos del ser», verdades que nos permiten ver en nuestro interior de maneras repentinamente novedosas. La maternidad, tanto en su vertiente histórica como en la vida personal, siempre ha reivindicado el activismo, y la escritura es una forma de activismo, porque, si no contamos nuestros relatos, ¿quién lo hará por nosotras? Contar los relatos verdaderos para contrarrestar los relatos falsos y generalizados constituye la esencia y el espíritu del activismo.
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Este fin de semana, anduve moviéndome con Un libro quemado de Alfonsina Storni, son notas suyas publicadas en La Nación y en La Nota, medios periodísticos en los que hace una crítica a la posición impuesta sobre la mujer desde la sociedad y la política. Escribe con una actualidad que interpela, algunas las firma con su nombre y otras con el seudónimo Lao Tse, en todas es asombrosamente valiente. Storni apunta contra el Código Penal y Civil, invita a hablar del divorcio, del voto femenino, va en favor de las ideas feministas que hoy son fundamentales y convoca a las antifeministas desde adentro, es perturbadora y graciosa. Alfonsina despunta el humor propio de la mujer que hace del dolor un filo para decir las cosas de un modo más certero: el sexo femenino ha sido siempre resignado por hábito y sus espacios dentro de la sociedad ya tienen lugar en la alacena. Desde ahí, su voz rompe la comodidad, los temas de la mujer pasan a ser temas de todos. Una de las notas trata sobre la moda de usar una tela que imite la piel para no mostrar la piel y así no ser una mujer que pone en peligro a las mujeres casadas, invierte la deformación de la mirada de sus contemporáneas, les corre el velo y desempaña la figura del varón. Es la madre soltera, inteligente que no negocia con el “feminismo perfumado” que pestañea más veces para ascender en su trabajo. Todo esto en 1920. Y retoma la historia de Santa Teresa de Jesús para decirnos que históricamente las mujeres hemos sido silenciadas.
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Lazarre que leyó a Tillie Olsen, Audre Lorde, Adrianne Rich y a tantas otras, también es consciente del peligro de ese silencio. La invitación de la lectura me lleva a pensar en la importancia de estos relatos que no pierden su actualidad, y que por eso mismo son una invitación a trazar más fuerte la letra.
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