*
Para continuar, suscribite a Ahora. Si ya sos un usuario suscripto, iniciá sesión.
SUSCRIBITEPara continuar, suscribite a Ahora. Si ya sos un usuario suscripto, iniciá sesión.
SUSCRIBITE*
La salud de nuestros hijos se llamaba el programa de Mario Socolinsky, un médico pediatra que desde la tv pública daba recomendaciones sobre la salud. Mi mamá siempre lo miraba y yo me acuerdo del jingle que cantaban nenitos con suavidad nana nanana. Hace unos meses creo haber visto que ese doctor que me parecía tan serio era ludópata y que en sus programas pasaba cualquier chanta por especialista, creo que era un informe de Ventura o que tenía ese tono malicioso que cuando se trata de la búsqueda de Marcela, la madre de Luis Miguel me divierte. Sentí pena con lo del doctor Socolinsky, para mí no dejó de ser serio nunca porque quiero a veces aferrarme a las impresiones de la infancia para no leer con el ensañamiento que voy afilando como adulta.
Nino era mi médico en Viale y nos visitaba a casa cada vez que alguien estaba mal, venía con un portafolios y los pelos desprolijos que le caían de la parte calva de la cabeza. Conocí a muchos hombres que usaban ese “corte”: mechas largas a los bordes que cruzaban para tapar la pelada pero cuando había viento o estaban en movimiento se les caían como ramas de palmeras. Los hermanos del Súperday cuando se aganchaban a buscar las bolsas bajo la mesada de la caja, se levantaban y volvían a acomodar primero los mechones y después la mercadería.
En mi casa todos sentimos las manos de Nino sobre nuestra frente o la indicación tan temida de supositorios. Él se iba y llegaba el enfermero con olor a alcohol etílico “Don Sánchez” que tenía las manos manchadas como con archipiélagos y el pelo blanco en la cabeza y barba, su delantal impecable. Para mí era parecido a un merengue.
Cuando alguien insinuaba que el doctor tomaba demás o que se movía entre las enfermeras con cierto despliegue sexual, mi mamá destacaba lo generoso que era, que como profesional tenía una calidad humana incuestionable y que los demás comentarios le parecían desubicados. Creo que un hijo de él era ahijado de ella, que la hija se fue a vivir a Estados Unidos y que gustaron con uno de mis hermanos. Para mí tener a alguien viviendo en el extranjero era como conocer a alguien que podía sostener un lazo con alguien en Marte. La mujer de Nino se llamaba Mabel y siempre usaba una trenza larga, se vestía con gasas de colores pero no era gitana, tenía las uñas largas y hacía de secretaria. Una tarde me invitó a usar la pileta de su casa, llegué a la siesta, ella me atendió de bata e hizo pasar y se desapareció en uno de los pasillos. Fui al jardín y vi el agua verde llena de musgo que imaginé baboso. Salí sin avisarle a nadie. Volví rápido porque al lado estaba el consultorio del odontólogo que una vez me pegó un cachetazo y que odié para siempre.
Durante todos estos días estuve en diálogo constante con el pediatra de Francisca, también es el médico de Pipi aunque tenga veintiún años y espero que reciba al bebé. Roberto es además el doctor de mis sobrinas y siempre que algo no cuadró en algún tratamiento de mis otros sobrinos de Viale, también los recibió. Nos responde desde las consultas: desde picaduras de mosquitos hasta seguir el postoperatorio de la apendicitis. El miércoles la chiquita empezó con fiebre y no paró hasta la madrugada del sábado. El domingo me llegó un mensaje de Roberto que decía “cómo sigue Francisca”. Después hizo un chiste, porque además de considerado Roberto siempre es gracioso con cosas que nadie le encontraría la risa.
Una vez mi sobrina tenía una mancha en el cuello y mi hermana que siempre le consultaba por absolutamente todo, la llevó a verla, el doctor sacó un algodón y le puso alcohol, se lo pasó por la pie y salió la mancha. Le escribió en la receta “bañarla”. Con Maru nos reímos de la locura de mi hermana pero también ella siempre recuerda que en una materia de la secundaria pasó unos días acompañándolo en el hospital San Roque, que Roberto hablaba con la misma calma con los padres que tenían a los hijxs internados en esas salas descascaradas que a “los hijos de” que van al consultorio, además todos vamos por Iosper y si no tenemos impresa la consulta, atiende igual hasta que pasemos otro día a llevársela. Es humano antes que nada y desde ahí es el médico que atiende la salud de nuestros hijos.