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SUSCRIBITEMe gusta la gente paciente, mi abuela era una mujer tranquila que no se molestaba por nada, tenía una disponibilidad especial para dejar al tiempo que dure lo que el tiempo quiera. Cocinaba todo exquisito, creo también que su secreto era ese: el de tener el tiempo suficiente para que el osobuco se tiernice, para que la salsa no sea ácida, el tiempo para pelar las arvejas y no comprar latas, para hervir las legumbres y para remojarlas previamente, para pelar en frío la lengua de la vaca, para rellenar las empanadas, para amasar los discos, para repulgar los bordes. La paciencia de mi abuela estaba llena de cosas, no era paciente porque estuviese desocupada, la casa es el trabajo más demandante, hay una película en la que solo me acuerdo que actuaba Leonardo Di Caprio y una frase “el dinero es una perra que nunca duerme, y es celosa”, creo era El lobo de Wall Streat, la frase podría ser aplicable a la casa, a cualquier casa que uno mire y quiere sostener como casa, con la heladera sin cosas podridas, con la alacenas sin una nación de gorgojos, con la ropa siempre lista para ser usada y con los pisos limpios como para andar descalza. Esa casa, así considerada, con las sábanas limpias y las goteras arregladas, es la casa perra celosa. Mi abuela era paciente aún ocupándose de todo en su casa. Pienso en ella porque hace unos días una pastelera de San Nicolás de los Arroyos abrió su local. Yo la conocí como nos conocemos en las redes, sin saber nada del otrx, ella mostraba las tortas que hacía por afición, los viajes a Rosario donde estudiaba algo, no recuerdo qué, después el nacimiento de sus sobrinas, las mesas de tortas que derivaron en pedidos de un público que como yo veía sus fotos. Leila exponía una vida que se iba componiendo con distintos escenarios: la verdulería de su papá, la hermana recibiéndose de diseñadora, la madre pintando o decorando espacios, un hermano que la asesoraba en el uso de las redes, una abuela siempre presente. La abuela de Leila era tan protagonista de su historia como ella. Cocinaba en un espacio de la casa y nunca faltaba la foto de la abuela cebándose mate, su abuela separando claras de yemas en dos bowls gigantes, porque a medida que pasaban los años siguiéndonos, yo me expandía en hijxs y libros, ella crecía enseñando pastelería, estudiando con Osvaldo Gross, viajando a distintas pastelerías en Francia, Portugal, Australia. Un día Leila vino a Paraná con Rober, su pareja, y me trajo una caja de alfajores, me acuerdo que ese miércoles estaba triste y lo terminé (después de conocerla) con una energía luminosa y con un postre que celé durante los días siguientes. Leila este sábado inauguró en una celebración con familiares y amigxs la apertura de su primer local. Me acuerdo que cuando me dijo dónde vivía no tenía idea del lugar, pensé en el otro San Nicolás, el de la Virgen, este lo leí después en una carta de Silvina Ocampo que contaba que en un viaje con su familia, de chicas, habían conocido un espacio religioso y que un cura insistía en hacerles upa, lo contaba dejando la intención de que pensemos en la pedofilia, y había un vínculo que tampoco puedo reescribir con claridad que hacía alusión a Horacio Quiroga, creo que era por una víbora que había en el patio y que pensó que a Quiroga le hubiese servido para un cuento. La cuestión es que Leila vive también en un lugar que no he pisado nunca, pero que puedo reconstruir por sus caminatas, y que a ella solo por nuestro contacto con las redes, y por su única visita, la conozco.
Me gusta la paciencia y pensar en ella porque su abuela le dice: "De a uno pone la gallina". Su pastelería está inspirada en la frase, tiene un logo con una gallina, tiene los colores del arcoiris, tiene los tonos luminosos que ella destella y tiene el tiempo que lleva el tiempo en hacer las cosas.