sábado 27 de mayo de 2023
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Una mirada desde la alcantarilla

Hipercapacitaciones

La innecesaria necesidad de necesitarlo todo

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Por Belén Zavallo

Los algoritmos me leen la mente, alcancé a decir en una conversación con una amiga. Ella estaba contándome de un cepillo que secaba el pelo y lo dejaba impecable, yo de algo que me había aparecido después de desearlo en silencio. Ese día había llegado de Buenos Aires, yo estaba recién parida en casa, me alegré de verla, nos abrazamos un rato largo en la vereda. Antes de entrar, se acordó de buscar una torta de ricota que tenía en el auto, la había comprado en La Margarita, una panadería clásica que ha hecho de su tarta de ricota, su mayor fama. Sabía que a ella le gustaba, entonces cuando vi la caja le mostré mi celular, minutos antes había mandado un mensaje para que me enviaran a casa la misma torta para ella. No era una casualidad, de eso se trata el amor, quererse es para mí estar atento a lo que el otrx quiere. Las redes no nos quieren en sentido amoroso pero nos conocen, nos leen como escaneándonos, y muestran lo que deberia querer o necesitar. A veces desconozco la diferencia. Por ejemplo, durante el embarazo, abría instagram y me aparecían infinidad de cosas que hubiese tenido que adquirir: fajas, cremas, aparatos masajeadores, cursos de yoga, cursos de respiración, cursos para tomar cursos. Ayer vi que alguien daba una capacitación sobre crianza, me pareció el colmo de lxs mapadres: tomarse un tiempo más fuera de casa para saber cómo estar adentro con lxs hijxs. Yo no juzgo las ayudas que necesitamos para la crianza, de hecho acudo siempre que esté trabajando y también lo hice con Francisca cuando quería salir a caminar algunos días de la semana, lo que sí me parece un disparate es la tercerización de nuestrxs problemas, si consideramos que pasar tiempo con lxs hijxs puede ser tomado como un conflicto. Y pienso que puede serlo, un conflicto interno cuando no estamos a gusto con el rol de madre o padre o externo cuando estamos demandados por mil trabajos y trabajitos informales que nos permitan llegar a fin de mes. De todas maneras, pienso que hay un exceso de seminarios y cursos para tomar un curso, una necesidad de capacitación permanente en asuntos que podrían fluir si no nos imponemos ser los mejores, ni los más calificados. Creo más digno simplemente ser lo más dispuestx naturalmente, sin la pose de. Hace unos días un médica que escribió un libro sobre la alimentación y que pone en jaque cómo “lo natural” termina siendo una imposición autoritaria que a veces desacomoda más el cuerpo que una hamburguesa llena de sodio, contaba que en un lugar de comida vegana había tenido una experiencia muy buena en cuanto a lo alimenticio pero que también observó a una joven que “estaba vestida de vegana, hablaba como vegana y le cuestionaba a la pareja, en un estado de disgusto y demanda, todo lo no vegano que había fuera de ella”. Ese vivir en el reclamo, esa pose de pancarta super correcta es lo que agota, pienso en el agotamiento de energías pero también en el tiempo de vida. Si me la pasara tomando cursos para ser mejor madre, no podría estar casi nada con mis hijxs menores aunque tendría mucha información, que obviamente sería inaplicable. ¿No es ridículo?

A mi cabeza siempre en sepia recordando la infancia, ayer se le desbloqueó una escena tupper ware. Mi cuñada vendía de libritos esos productos y yo tenía unos doce años, me invitó a hacer lo mismo porque a ella le sumaban puntos, la cuestión es que para vender te hacían participar de una reunión en la que te entrenan para vender. Yo nunca vendí nada, solo a mamá le hice comprarme un set de tazas plásticas de colores con platito que en ese entonces eran las únicas aptas para el microondas. La reunión, como todas esas de venta, era una pérdida de tiempo. Otra escena parecida me tocó con mi hija ya más grande, un amigo de un amigo la invitó a sumarse a una reunión onda yanqui de esas que capacitan para vender (creo que eran viajes). Salimos antes que terminara, ella quería que la acompañara para no ir sola, además porque después podíamos pasar juntas por la rotisería de comida asiática de calle La Paz que nos gustaba. Nos funcionó como excusa para hacer un plan y para reirnos de las frases del amigo, y de las promesas de puntos a canjear por cosas maravillosas, inaccesibles y ficcionales. Pensé en el pacto de ficción, eso que nos hacemos creer que funciona para bajarle el calambre a la mente, en la película En busca de la felicidad y en la frustración. En ser una madre o un padre que intenta-intenta pero siempre en lo errado, en el tiempo que nos consume la insistencia de lo que nos venden como necesario y que sospechamos que no sirve para nada pero que aún así nos clava una duda. Decía que durante el embarazo las aplicaciones me ofrecían lo urgente para esos meses, ahora, para el post parto había incluso una marca que fabricaba botellitas para la limpieza íntima, tenían la forma de un envase de Savora pero costaba más de cinco mil pesos. Con mi amiga, ese día que me visitó, tomamos mates y comimos brownies, nos reímos de una mamá porque había hecho una azucarera reciclando un envase de mostaza. Cuando se fue después de otro largo abrazo en la vereda, nos sentamos con Francisca en el peldaño de la puerta y ahí me acordé de la torta de ricota intacta en la mesada, corrí por el celular y la llamé, estaba a unas pocas cuadras y volvió después de insistirle, se llevó la torta entera y charlamos unos minutos más, el tiempo necesario para extendernos juntas en el cuerpo, en la anécdota, en la alegría, lo necesario que realmente necesitamos.

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