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“Dicen que se escribe cuando se vivió o bien cuando no se puede vivir. A mí me pasaba lo segundo.”
Donde brilla el tibio sol es el último libro de Silvina Giaganti, la poeta que leí en noviembre de 2017 cuando publicó Tarda en apagarse por Caleta Olivia y que me acompañó como mantra con sus versos “volver a pasar por el mismo lugar sin hacerse tanto daño”, “del barrio hay que irse”, “vayas adonde vayas las cosas se van con vos” y un poema hit para hacer llorar en los talleres: No era fecha religiosa. El título del libro funciona como una alarma porque “Tarda en apagarse” tiene ese efecto de permanencia, quien lo lee lo hace para siempre. Por eso me fui confiada en busca de Donde brilla el tibio sol, si hay algo que suscita miedo o aversión en una autora es que alguien se obsesione con ella, pero a Silvina le he confiado mi admiración por su escritura, por cómo con crudeza nombra situaciones dolorosas y las transforma en literatura: el destello y la belleza que refulgen como un rayo en la negrura del cielo. A mí que soy bestia diciendo lo que siento y que todo el adorno poético se me esfuma cuando me siento lastimada, leerla me invita a ser mejor, a algo tan imperioso como correrme de mí, ir hacia el encuentro con las palabras y las posibles imágenes, la escritura de Silvina maneja el choque de un golpe de boxeo como si fuese un paso minimalista de danza. Para mí ella es una de las mejores escritoras argentinas sin el márketing de las grandes escritoras argentinas y eso la hace aún mejor.
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Cuando cambia el cuerpo, dice la narradora, el fútbol empieza a ser un problema. “El problema con que yo jugara al fútbol arrancó en el momento en que me empezó a cambiar el cuerpo. Te crecen las tetas, menstruas, te aparecen pelos y para la sociedad es cuando género y sexo tienen que compaginarse según las reglas socialmente aceptadas. Por ejemplo, a menstruar se le dice hacerse señorita, y el fútbol y lo que se entiende por ser señorita la verdad es que para la gente no van juntos. Y para mí lo que no iba era ser señorita. Un día, a los doce o trece años, estaba jugando en la calle -habíamos improvisado los arcos con buzos y camperas- y habían venido unos pibes de otro barrio a ver el partido. Obviamente que escuché que dijeron de mí parece un pibe como juega y me dio un poco de vergüenza o culpa creo, pero me angustie cuando mi mamá salió desencajada a la calle y me gritó vení ya para adentro. Con el tiempo entendí que esa tarde ella se vio venir de frente el camión de mi sexualidad compleja y se volvió loca. Yo me empecé a volver loca uno o dos años después -no hay hijos locos sin padres locos- y empecé a escribir y a ir a un taller literario.”
La vida de la narradora, de esta historia que puede leerse en clave autobiográfica, está sujeta a la historia de su amor por Independiente, a la vida de sus padres, a su barrio Avellaneda, al origen de la escritura, al vínculo con la lectura y a la identidad de género. Como esas plantas que encuentran la luz del sol agarradas a un palo que acompaña y que se llama tutor; el fútbol, la pasión que despierta, las circunstancias sobre cómo consigue las entradas para la cancha con su papá invitándole y con una mujer que le devuelve el gesto cuando tiene sus primeros sueldos, hacen de guía para que esa voz tome fuerza y crezca, y pueda revolver su propia tierra, abonarse de lo que necesita, entender que para algunos celebrar es un show más grande y para ella festejarse es estar sola con su perra en la fecha de su cumpleaños. Hay en este libro el valor de quien mira la familia propia y sus rarezas, y el atrevimiento de escribirlo para tocar el fondo de nuestros propios cimientos.
Una vez, hace varios años, me pareció absurdo distinguir entre mujer y lesbiana, claro yo nací mujer y me sentí siempre mujer, pero después de seminarios ESI y amistades (sobre todo amistades) entendí que una lesbiana no pasa por lo mismo que una mujer, hay otro desprecio social por la mujer que ama a mujeres, que no condice con eso de “ser señorita” y lo que implica. Y acá retomo otra frase que subrayé en el libro “leer me movía para adentro” porque para mí la lectura es una fuga y un encuentro, una salida de la lengua propia y un descubrimiento que nos reconoce en otrx que dice lo que nos pasa. Hoy, justamente, es el día de la visibilización lésbica, esta lectura la pude recién hacer el domingo y hoy escribir algo de lo que me pasa después de pasar por la narrativa de Giaganti que tiene que ver con moverme en otro cuerpo. No me gustó jamás el fútbol pero no dudé en agarrar su libro aunque en la tapa estuviese ella vestida con la campera de Independiente, lo que también me parece una casualidad hermosa que el club que elige amar se llame así, porque refuerza esto que percibo en su escritura: una voz que no busca hacerle caso a nadie, ni conformar a ningún grupo, ni ser complaciente o autocompasiva, ni dejar moralejas porque como dice la narradora “para llegar a ser lo que se es hay que dejar que a la fuerza la haga el tiempo.”
Silvina Giaganti no solo le deja al tiempo que haga lo que necesita porque se arma de palabras y con ella nos corre de nuestra vida, desarma las reflexiones que se deslizarían hacia los lugares más comunes, conserva su filo poético para abrir las entrañas del dolor. Una escritora que quiero siempre escribiendo, porque también desde la hoja sabe manejar la cancha.
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