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“Las colinas cotidianas” llama Mary Oliver a los días comunes en un poema. Me gusta esa forma de nombrarlos, son días sin nada extraño que en una mirada con perspectiva y por acumulación empiezan a tener un sentido. “La época en la que” está llena de esas colinas cotidianas que transitamos como por inercia. Me gusta pensar en las fiestas después de que pasan, antes me cargan ciertas ansiedades, cómo organizamos el menú, reviso la forma en que la casa puede ofrecer mejor las comodidades para quienes vienen, me mortifico porque pasé un año más sin las copas de cristal para champagne, sin el mantel nuevo, sin las cucharitas de postre todas del mismo juego. Me encantaría una mesa estilo Juliana Awada aunque a ella no la soporte. Me gustan las cosas lindas e inútiles, la faja que ajusta las servilletas, las borlas que penden en las puntas de los manteles para que no se vuelen, las flores recién cortadas en floreros antiguos, los platos de sitio, los cubiertos para entrada y postre, el platito del pan y su untador, siempre quise un cosito para poner un huevo solo y volver a vaciar su interior con cucharita como me lo servía mamá crudito adentro y la clara cocida, tirar la cáscara casi completa. Cosas inútiles que odiaría lavar y guardar, encontrarlas una vez al año con algún resto seco y pegado, o escuchar la cerámica rompiéndose contra el piso y ver a Francisca con la cara de hacer destrozos, pero que a su vez serían cosas que inaugurarían una anécdota "te acordás cuando rompiste la jarra que era de tu abuela". El día común con un brillo especial.
Mi madre siempre tuvo un juego completo de cerámica, todo el conjunto de cosas con un fondo blanco, ribetes azules y bordes dorados: platos, tazas, tetera, fuentes, todos los tamaños para cada cosa. Creo que aún lo conserva, las últimas navidades que fui a su casa, estaban y al sacarlos siempre había que lavar todo de nuevo antes de usarlo. Lo innecesario llenando el tiempo de detalles. El registro de lo inútil que conforma la vida y sus colinas.
Hace unos meses me regalaron dos cuadernos blancos, aún los tengo con el plástico fino que los envuelve. Quiero usarlos este verano para anotar los sucesos insignificantes. El color más azul de las venas de la panza, la forma de la luna en el campo, el camino que surcan las hormigas antes de la lluvia, buscar la forma de encontrar el fuego.
*
EL AMANECER
Podés morir
por un amanecer -
una idea
o el mundo. La gente
así lo ha hecho
con esplendor
entregando
sus pequeños cuerpos
a la hoguera,
creando
una inolvidable
furia de luz. Pero
esta mañana,
mientras trepaba las colinas cotidianas
bajo la maquinaria cotidiana
del amanecer, pensé
en China
en India
en Europa, y pensé
en cómo el sol
resplandece
para todos y tan
alegremente
cuando sube
Bajo las pestañas
de mis propios ojos, y pensé
¡Soy tantas!
¿Cuál es mi nombre?
Cual es el nombre
de este aire que respiraría
una y otra vez
por todos nosotros. Llamalo
como quieras, es
la felicidad, una
de las formas de entrar
al fuego.
Mary Oliver
(publicado en El trabajo y el sueño por Caleta Olivia)
*
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