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Volví a mirar el documental del sobrino de Joan Didion sobre la vida de la escritora. Didion se convirtió en una de mis imprescindibles desde que la leí por primera vez hace apenas dos años. Creo que fue su muerte la que la hizo más popular, también la leí en textos periodísticos gracias a un seminario que dio Tamara Tenembaun sobre los ensayos y su formas de hibridación. Es lindo leer junto a otros, pareciera que el ojo se agranda, que la mirada es más nítida, que tu limitación es más evidente, que ya habías pensado en cosas que dicen otros como hallazgos trascendentes, que jamás se te hubiese ocurrido relacionar ciertas cosas. El mundo del pensamiento se organiza mejor en compañía, se mueve y expande. Leer a Didion es tan magnético como verla, y su poder de atracción radica en que es una mujer interesada en encontrarle sentido al presente. Tiene una perspectiva profunda sobre el tema que elija, ya sea la moda, un conflicto social en un lugar específico, los vínculos humanos íntimos, el amor propio, la muerte y el dolor de la muerte, la historia de su familia y las condiciones de la época, el rock, los crímenes, la droga. Pero a su vez, no hay alarde de conocimiento, no hay esa jactancia manifiesta en mostrar lo que sabe, sino que su escritura es una forma de entrar a su razonamiento, un asomarse a ver cómo alumbran sus ideas, cómo se engarzan. Cuando cuenta, por ejemplo, la historia de Manson y cómo cose la imagen del vestido que se va repitiendo para darle potencia a “una cadena auténticamente sin sentido de correspondencia”. En otro artículo de El álbum blanco donde registra según ella una época oscura, dice su editor “la época no era una unidad, así que encontró este modo de hacer un registro verbal de la época”. Cavar en la profundidad y darle sentido aún a los acontecimientos que no lo tenían.
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“Mientras me leen, quiero que sepan exactamente quién soy, y dónde estoy y qué pasa por mi cabeza. Quiero que entiendan exactamente lo que reciben. Reciben a una mujer que desde hace algún tiempo se siente separada de la mayoría de las ideas que parecen interesarle a otras personas. Reciben a una mujer que en algún lugar del camino perdió la poca fe que tenía en el contrato social y en el gran esquema del esfuerzo humano. Será mejor que les diga dónde estoy y por qué. Estoy sentada en un cuarto de techo alto en el Hotel Royal Hawaiian de Honolulú, viendo largas cortinas traslúcidas inflarse con los vientos alisios e intento reconstruir mi vida. Mi esposo está aquí y mi hija de tres años. Estamos en esta isla en medio del océano Pacífico en lugar de presentar el divorcio.”
Cuando el sobrino que produce el documental le pregunta qué dijo John Dunne sobre ese texto, su tío y escritor que además de ser el marido de Joan era quien leía primero sus artículos, ella le responde que entre ellos no había un acuerdo sobre qué escribir, porque pensaban que cada uno escribía con el material que tenía, y en ese momento esa, su crisis, era su material.
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Tengo una amiga que está embarazada casi del mismo tiempo, podemos escribirnos un mensaje a cualquier hora y nos respondemos cómo nos sentimos respecto a este presente que parece estancarnos en dolores puntuales. El sábado ambas estuvimos espectantes: las dos teníamos contracciones fuertes y esa sensación de ansiedad que le daba sentido al cambio de luna. Ayer coincidimos en tener un control médico, ella en Santa Fe y yo en Paraná, a las dos nos dieron una semana más. Mi bebé ya pesa tres kilos y medio, el de ella es el primero y es más chiquito, juntas nos acordamos que mamá contaba que sus dos últimos partos (el de mi hermano y el mío) excedieron los cuatro kilos, mi hermano pesó cinco. Nos reímos por whatsapp y nos ilusiona que nazcan en la misma fecha. Sería otra forma de atar un punto en el tejido de nuestra amistad, pienso en eso y me escribe que su mamá se lo anuncia siempre como un presagio. Hicimos tantas cosas juntas que no sería raro. Me levanto de costado, camino con la dificultad que vi en la vejez de los cuerpos que transitaban el geriátrico en el que murió mi abuelo, había delgadez y huesos que se levantaban como raíces de un árbol antiguo, yo lo hago con la parsimonia de un hipopótamo, como si nadara en agua espesa. En la biblioteca encuentro Punto de cruz, una novela de Jazmina Barrera y empiezo a leer la historia de unas amigas que se enhebra a través del bordado. Es hermoso cuando la literatura hace de linterna, una luz que enfoca el pequeño retazo del presente. Cuando la termine, se la voy a regalar a Gisela.
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En las redes las palabras son cascotes. Unos matan a los asesinos de Fernando Báez Sosa con la misma saña que ellos lo hicieron con la víctima, otras sobreactúan sapiencia, otros aprovechan para mostrar lo bien acomodadas que tienen las medias con el logo del partido al que adhieren, todos enfocados con lo que puede producir lo dicho/escrito, profesionales y gente que apenas alcanza la edad para tener permiso de uso en la red. Leo como buscando caracoles en la huerta, un morbo personal en el rastreo del lenguaje y sus efectos. Pienso que no importa construir un diálogo, que hay una fascinación por la polémica, por generar una descarga que consiga corazones, adhesión o rechazo, nunca la indiferencia. Todos persiguiendo el pase de protagonismo.
Frente a la banalidad, la madre de Fernando dice “el dolor es perpetuo”. Frente a los escombros, las ruinas.
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Para salir del tema busco en la televisión otra cosa, en Gran Hermano juegan al cambio de roles. El lenguaje en decadencia: “fulano es tipo como que, mengano es como que si”. Me parece que las formas de nombrarnos son precarias en esta época. Buscamos las etiquetas que nos simplifiquen, entonces en la casa está la linda, la madre, el macho, el buda y un par de cuervos.
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¿Cuál es la plaga que ataca la huerta?
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Francisca gasta la piel y el jabón Dove con espuma que le llega hasta los brazos. Forma polainas blancas que enjuaga y dejan ver las arrugas del remojo. Peina a dos Ponys y dice que no pueden tener el pelo duro y con barro, dice que ella es nadadora, dice que cuando sopla la espuma es una nube la que vuela.
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