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Resplandores luminosos
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La Santa Rita va tiñendo sus hojas fucsias, al final de cada vara, las hojas van abriéndose en flores. Terminaciones nerviosas con un centro púrpura. Un hilo morado me pesca: las moras nacieron solas, sin cuidado, el árbol aún tiene el tronco fino. Mi hija me pide frutos y doblo con mi fuerza las ramas, el cuerpo blando del árbol se inclina. Mi hija ajusta las moras que van pasando su color a las manos, los labios, las encías, la lengua, la campanita del fondo de la garganta. Todo está morado en la luz de su cara: una niña se conmueve con su primera cosecha exclama el ruido antes de ser palabra, la interjección inocente, el primer sonido de la voz que se une a la de todos los seres que comparten la tierra y el agua, el viento y el fuego. Niña abriendo la voz para ser zorro, comadreja, pez y pájaro. Atrás de su emoción está la mía en el patio de mi infancia: juntaba ciruelas, buscaba la miel de los troncos, seguía el escondite de los insectos. El árbol mojaba el cemento, los pétalos blanquísimos llovían sobre las cosas: la parrilla, la mesa redonda con retazos de mosaicos, los bancos fríos. Cada azulejo un dibujo, cada árbol un fruto, cada niñez la conmoción ante la generosidad del mundo.
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