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La ilusión de los días nuevos
“Septiembre… Siento que me debo un breve respiro de ocio y no tener prisas. No puedo enfrentar la realidad muerta. Quiero días lluviosos, linternas y cien lunas enredadas en hojas oscuras, música derramando y resonando aún dentro de mi cabeza.” Sylvia Plath
Me gustan los inicios, me entusiasman. Los primeros días de los meses aparecen claros y limpios como si de repente alguien abriera las ventanas y dejara que la calidez del sol bañe cada cosa acostada en el fondo. Digo fondo como digo huesos, esquina, candado, sótano. Me gusta entonces que septiembre tenga la carga de la expectativa, como si su anuncio y la primavera cambiaran algo, como si nuestras prendas revivieran gracias a un mes, al nombre del mes, a la posición de los astros y los planetas, y que ya no tanto recayera todo sobre nosotros que a diario señalamos qué deudas se nos enciman.
Es un año raro, como mínimo, para mí muchas veces violento. Los aumentos de las cosas me afligen, las disputas en el poder me preocupan, la aceptación de los atropellos como tratos comunes me irrita. Entonces prefiero el escape de los bichos y de las flores, la vista echada sobre el lomo caliente de mi perro, la impaciencia puesta en el frezzer cada vez más vacío, entre cubeteras a medio llenar, la imagen eludiendo la imagen. El sol sobre la mollera y la sombra haciéndose un punto chiquito bajo los pies.
Escribe Virginia Woolf:
“Todos los meses son experimentos crudos, a partir de los cuales se hace el septiembre perfecto.”