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jueves, 10 de octubre de 2024
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Una mirada desde la alcantarilla. Las comadrejas

Las comadrejas. Texto de Belén Zavallo

Las comadrejas subían de noche a los árboles, enfilaban hasta las puntas de las ramas. La gente de antes ataba un alambre que ahorcaba un poco el tronco, lo giraba y formaba un gancho. En esa pezuña invertida se colgaban las bolsas de basura. Los perros y los gatos no podían romperlas y hacer un regadero de porquerías. Pero las comadrejas hurgaban a la madrugada, y al otro día aparecían todos los restos desparramados. Cáscaras, plásticos, yerba, bollos de cosas sucias. 

Había vecinos limpios, limpísimos que barrían y juntaban todo en las primeras horas, como una urgencia, otros que confiaban en la lluvia, el viento, la magia. 

En esa época las calles y las ciudades eran más espaciosas. Las casas tenían vereda ancha y un espacio más para estacionar el auto de frente, como apuntando al interior aún estando afuera, espacio para que crecieran los árboles y se ubicara pareja la sombra de sus copas, espacio para los postes de luz y los jardines, espacio para respirar en la asfixia de sentirse siempre custodiado. Y entonces a la noche se armaba como una misa profana, cada vecino sacaba sus sillones, sus bandejas con comida fácil de manipular en la oscuridad, sin mesas ni manteles, se celebraba la forma de estar bajo el mismo cielo calmo, con los gurises bañados y descalzos, sintiendo la frescura del pasto, oliendo la humedad del rocío, en la persecución infinita a las luciérnagas que abundaban.

Una vez, un vecino sacó el aire comprimido y mató una comadreja que estaba prendida en el fresno. El animal cayó y se abrieron un montón de ojos chiquitos, encandilados por el reflector, ojos rojos como si un montón de puntas de cigarrillos se hubieran encendida juntas. Un puñado de brasas y de pichones miraban sin ver, todavía encima del cuerpo caliente de la madre. 

Una mujer gritó de impresión. El eco de su voz retumbó y la frase qué asco se siguió escuchando dentro de su casa, la repugnancia duró días y las mujeres empezaron a esconder a sus niños.  

No me gustan las comadrejas porque me dan miedo, quizás no son ellas las que me repugnan sino lo que le hicieron frente a mí cuando era chica.

*

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