martes 19 de marzo de 2024
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¿De qué se trata?

Trump elimina la neutralidad de la red por decreto: ¿es el fin de Internet?

La medida lleva a privilegiar cierto contenido por sobre otro. De esta manera se afecta notablemente el desarrollo de nuevos servicios y el surgimiento de plataformas novedosas, que no podrían competir de manera desigual

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Internet es, por lejos, la obra de ingeniería más compleja jamás construida por la civilización. Pero una decisión del presidente estadounidense Donald Trump, que entrará en vigor el 11 de junio, pone en jaque, al menos en Estados Unidos, uno de sus principios básicos: la neutralidad de la red.

¿Qué es la neutralidad? Que todos los paquetes de datos deben ser tratados igual. Que ni los proveedores de conexión Internet ni los operadores de banda ancha pueden discriminar arbitrariamente ningún paquete.

Para entender este enunciado (y, luego, algunas de sus sutilezas) es necesario mirar dentro del mecanismo sobre el que funciona Internet. Toda la información que circula por la Red lo hace encapsulada en paquetes de datos. No importa si es un mensaje de WhatsApp, una publicación en Facebook, una foto de Instagram o un mail, toda la información circula como paquetes discretos que se mueven de forma autónoma, independiente y adaptable. En el camino, una infraestructura que opera automáticamente les va indicando la mejor ruta para llegar a destino. Al final, en un pestañeo, los paquetes se reensamblan y vemos el mensaje de WhatsApp, el post en Facebook, la foto en Instagram.

Al deconstruir la información en piezas simples, los creadores de esta tecnología -los estadounidenses Bob Kahn y Vinton Cerf- consiguieron lo impensable: conectar redes muy diversas entre sí. Crearon, con la tecnología Internet (también conocida como TCP/IP), el lenguaje universal de las redes.

Al revés de lo que se cree, Internet no conecta computadoras; conecta redes, y este fue precisamente su aporte disruptivo, cuando se la puso en marcha, el 1° de enero de 1983. Si desde Argentina se pueden visitar las páginas de un sitio en Japón, eso es porque la red del usuario argentino y la del sitio japonés están conectadas a Internet, saben hablar ese idioma común.

Con el correo postal, las cartas (los paquetes de datos) llegan sin importar cuál sea el idioma que se habla en el país del destinatario o del remitente, si las calles tienen números o nombres, o si son de asfalto, tierra o adoquines.

Vinton Cerf, uno de los creadores de Internet, y Tim Berners-Lee, el inventor de la Web, son férreos defensores de la neutralidad. Pero Bob Kahn, el coautor de los protocolos de Internet, se opone a la neutralidad. ¿Cómo puede ser? ¿No es lógico evitar la discriminación arbitraria? ¿Acaso la neutralidad no nivela la cancha para que cualquier nuevo emprendedor pueda prosperar e innovar sin pedir permiso ni pagar peajes? Por supuesto que sí. El problema es que no existe una única definición de neutralidad. Kahn habla de discriminar paquetes para mejorar la calidad del servicio, algo que Internet hace por diseño. Cerf habla de discriminación arbitraria (por ejemplo, para que el proveedor de conexión gane más dinero o privilegie sus propios servicios). Ambos tienen razón, porque cada uno habla de una neutralidad diferente.

Polarización

Aparte de que es un asunto extremadamente técnico, también está fuertemente polarizado. En Estados Unidos, el demócrata está a favor de la neutralidad, mientras que el republicano, no. El problema de esta polarización es que, como se vio arriba, la neutralidad no tiene una sola definición. Tiene al menos dos. De hecho, la escala de Internet es tan fabulosa que conduce a paradojas desconcertantes. Una de ellas podría resumirse así: Internet no podría funcionar si fuera 100% neutral, pero tampoco podría hacerlo sin un alto grado de neutralidad.

El retruécano se esconde en cuestiones de ingeniería, donde la política no hace pie. Hagai Bar-El, un ingeniero en seguridad informática israelí, definió así la neutralidad: "Es la adhesión al paradigma de que la operación en una cierta capa de un componente de la Red (o un proveedor) que ha sido constituido para operar en esa capa no sufre la influencia de la interpretación de los datos procesados en las capas superiores".

Clarísimo, ¿no? En este abismo entre el debate político, el eslogan para la tribuna, los intereses económicos y las sutilezas técnicas de la Internet real se ancla la polémica que viene subiendo de volumen desde hace tres años en Estados Unidos. Es decir, la polémica sobre si Internet debe ser neutral por decreto o debe dejar de serlo por decreto.

Obama versus Trump

Durante la mayor parte de su historia, Internet fue lo bastante neutral como para garantizar la innovación y la competencia equitativa. Pero, como suele ocurrir en esta industria, a principios de siglo se inició un fuerte proceso de concentración. Google y Facebook se quedaron con el negocio de la publicidad online. Netflix, con el cine y las series por streaming. Amazon y Alibaba, con el comercio electrónico. Y también se concentró el negocio de las telecomunicaciones, esto es, los proveedores de conexión y de infraestructura.

A los primeros les convenía la neutralidad. A los otros, desde luego, no. La tensión se puso al rojo vivo cuando Comcast (un proveedor de conexión) estranguló el tráfico de datos de Netflix para forzar un acuerdo comercial, violando la neutralidad.

Para evitar tales abusos, en 2015, la Comisión Federal de Comunicaciones de Estados Unidos (FCC, por sus siglas en inglés) estableció que los operadores de banda ancha quedaran clasificados bajo el Título II de la ley de telecomunicaciones de ese país. Pasaron así a ser common carriers y quedaron sujetos a reglas de interconexión y de no discriminación. Barack Obama había decretado la neutralidad de la Red.

Donald Trump, previsiblemente, hizo lo opuesto. Puso al frente de la FCC a Ajit Pai -exabogado de Verizon, uno de los principales operadores de banda ancha-, y la neutralidad quedó otra vez en entredicho. En diciembre de 2017, por tres votos contra dos, la FCC de Trump revirtió el decreto de Obama y cuando la nueva regulación entre en vigor, el 11 de junio, dará carta blanca a los proveedores de conexión para discriminar arbitrariamente el tráfico de datos.

"El efecto de esta medida será un acceso a Internet más barato, rápido y de mejor calidad, así como la Internet libre y abierta que hemos tenido durante muchos, muchos años", les dijo Pai a los periodistas.

Otra paradoja. Pero más fácil de entender. Internet nació como un experimento académico, entre pares. Esta apertura dio origen a la neutralidad. No al revés. La neutralidad fue un resultado de aquel estado de cosas

Su colega en la FCC, la demócrata Jessica Rosenworcel, fue categórica al criticar el decreto. "La agencia no escuchó al pueblo estadounidense y le dio poca importancia a su profunda convicción de que una Internet abierta debe convertirse en una ley nacional -declaró-. La FCC está del lado equivocado de la historia, del lado equivocado de la ley y del lado equivocado respecto del ciudadano estadounidense".

Luego, la descomunal concentración de la industria de Internet creó silos cada vez más estancos y opacos, pero de los que dependía cada vez más la economía global. Antes de liquidar la neutralidad, la industria misma había terminado con la Internet abierta de los primeros años.

Resistencia

Tal vez el único aspecto positivo de la medida antineutralidad de la FCC es que los operadores están obligados (en Estados Unidos) a hacer públicos sus acuerdos comerciales; es decir, la forma en que administran el tráfico. El problema es que estas tecnologías son cajas negras y, por lo tanto, detectar y fiscalizar abusos es extremadamente difícil.

"El fin de la neutralidad afectará el tráfico igualitario de contenidos en Internet, ya que en la práctica podrá derivar en una mayor velocidad para la circulación de ciertos paquetes de datos en detrimento de otros -observa Fernando Tomeo, abogado especialista en nuevas tecnologías-. Si bien los proveedores de conexión tendrán la llave para discriminar paquetes, también es cierto que conductas de este tipo los exponen a demandas y sanciones".

Por su parte, Martín Elizalde, de Foresenics Argentina, sostiene que: "En Estados Unidos la resistencia al cambio ya se manifiesta en el ámbito estatal; varios estados federales se oponen a la derogación de la norma con leyes que restaurarán -en su ámbito territorial- la antigua neutralidad. En la Argentina la ley 27.078 establece en su artículo 57 que los prestadores de servicios no podrán bloquear, interferir, discriminar, entorpecer, degradar o restringir la utilización, envío, recepción, ofrecimiento o acceso a cualquier contenido, aplicación, servicio o protocolo salvo orden judicial o expresa solicitud del usuario. Y tampoco fijar el precio de acceso a Internet en virtud de los contenidos, servicios, protocolos o aplicaciones que vayan a ser utilizados u ofrecidos a través de los respectivos contratos".

Sin embargo, para Enrique Chaparro, matemático, especialista en redes y secretario del Consejo de Administración de la Fundación Vía Libre, "la ley se incumple abiertamente ante la inacción del ente encargado de regular las comunicaciones."

Lucha de titanes

Para Chaparro, aunque la idea núcleo de la neutralidad está bien, "la discusión está un tanto fuera de foco, es incluso un poco anacrónica. Internet se ha vuelto más chata y los grandes jugadores montan sus propias redes privadas por fuera de la Internet pública, para prescindir de los servicios de los operadores de banda ancha globales." A su juicio, esta batalla es más bien entre colosos. De un lado, los operadores de banda ancha. Del otro, compañías como Google o Netflix. "El problema parece ser menos de neutralidad que de concentración," observa.

De hecho, la concentración ha sido históricamente el talón de Aquiles de la revolución digital. AT&T, IBM, Microsoft, Google, Facebook, donde se mire, la innovación y el efecto democratizador de las computadoras e Internet se han visto bajo la amenaza del abuso de los monopolios. La neutralidad no es sino una nueva víctima. Pero todo indica que, dadas las paradojas antedichas, será un hueso duro de roer.

Fuente: La Nación.

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