viernes 29 de marzo de 2024
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Lo que la corrida nos dejó

Devaluación, alta tasa de interés y pérdida de reservas son las evidencias más palpables. Sin embargo, hay consecuencias intangibles que no se recuperan más. Lo que se rompió, reconstruirlo sale caro y nunca queda igual

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Por Nahuel Amore

La Argentina vivió la primera crisis del modelo macrista, con una corrida cambiaria que dejó en evidencia la vulnerabilidad del sistema ante un contexto internacional volátil y políticas internas ineficaces. La dependencia en el endeudamiento externo para cubrir el déficit y la bicicleta financiera a través de las Lebac del Banco Central, le cuentan caro al Gobierno y al pueblo argentino. Sin embargo, sortear esta "turbulencia" no es gratis y la vamos a seguir pagando.

El primer costo y más evidente es la nueva devaluación del peso argentino que superó el 20%, y que se suma a otro porcentaje acumulado desde enero. Si uno compara mediados de abril con mediados de mayo, el dólar pasó de un promedio de $20,50 a $25. Si bien la pérdida de valor de nuestra moneda nacional va en línea con las de otros países emergentes -afectados por la suba de tasas de la Reserva Federal de Estados Unidos-, ninguna alcanzó este porcentaje.

Inflación y encarecimiento del crédito

Es harto conocido qué provoca la suba del tipo de cambio en nuestro país. El más importante es el pass through hacia los precios de los bienes y servicios de la economía local, que pone en jaque la meta de inflación y la lleva más cerca del 25%. Otra política de Estado que se verá resentida son los créditos hipotecarios, por la suba de tasas y los cambios de condiciones. Los únicos beneficiados, además de los especuladores, son los sectores exportadores que logran una mejora en la competitividad, aunque deberán hacer cuentas con el aumento en la estructura de costos.

Otra consecuencia directa de esta corrida es el significativo incremento de tasas de interés que define el Banco Central y su insostenible deuda cuasi fiscal. En menos de un mes, estableció un incremento del 27,25% al 40%, arrastrados por la presión de los inversores que, a través de las Lebac, vienen obteniendo importantes ganancias. Esta medida, aunque sea transitoria, implicará un encarecimiento de los créditos, una mayor atracción de la inversión financiera por sobre la productiva y un enfriamiento de la economía en términos generales.

Reservas y deuda

Por otra parte, la escalada del dólar durante estas semanas provocó la pérdida de 8.461 millones de dólares de las reservas del Banco Central. La entidad fue vendiendo billetes verdes para intentar frenar sin éxito la cotización, que recién pudo controlar este martes pasado con la renovación total de los 615.000 millones de pesos de Letras, que satisfizo a los inversores. La caída de las reservas obligó al BCRA a pedir 2.000 millones de dólares al Banco de Basilea y al Ministerio de Finanzas a emitir Bonos Botes por 3.000 millones de dólares.

En esta misma línea, y más grave aún por las condicionalidades, se produjo la vuelta al Fondo Monetario Internacional -FMI- a través de la negociación de un crédito stand by de alto acceso, por el cual la Argentina podría endeudarse por entre 20.000 y 30.000 millones de dólares. Aunque digan que el organismo no es el mismo que el de otros años, disponer de esa masa de dólares tampoco es gratis y obliga a profundizar las políticas de ajuste en el país, con un pie en el acelerador fundamentalmente en las reformas laborales y previsionales.

El problema de la deuda externa, que el país mantiene durante décadas como un condicionante estructural, resurge una vez más en medio de este contexto. Según el especialista Alejandro Olmos Gaona, el Gobierno de Macri en dos años y medio ya tomó deuda por 100.000 millones de dólares, lo que totaliza 305.000 millones de dólares. Esto, claramente, implica una serie de obligaciones de pago año a año que condicionan los presupuestos de manera creciente y preocupante. La generación genuina de divisas a través de las exportaciones será clave para revertir esta situación o al menos evitar una crisis.

Recorte fiscal y crecimiento

El FMI audita a nuestro país desde que Cambiemos es gobierno y viene destacando las medidas puestas en marcha para armonizar las delicadas cuentas públicas que heredó del kirchnerismo. En este sentido, la corrida cambiaria empujó a la gestión nacional a una terapia de shock y a dejar de lado el "gradualismo", que ya se evidenció en el anuncio del ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, de recortar la meta fiscal en 0,5%, al pasarla del 3,2% al 2,7% para este año. Tal achique del Estado implicará 30.000 millones de pesos menos en obras, que perjudicará aún más a las provincias.

Ni hablar que durante estos días volvimos a hablar del riesgo país, que subió en 100 puntos promedio, de la caída del Merval en el orden de un 18% en dólares y algunas acciones vinculadas a servicios financieros que cayeron más de un 30%. Pero además, quizá lo más palpable de estas variables son las proyecciones de crecimiento previstas para este año, que también se redujeron a un optimista 2%. Como bien se sabe, la obra pública es uno de los sectores que viene traccionando el rebote del país, pero es el ítem de recorte para profundizar el ajuste fiscal.

Los costos "intangibles"

Pero esto no termina allí. La corrida cambiaria tiene otros costos que no son materiales, pero son claves para interpretar qué pasó y qué puede llegar a pasar. Primero, por el origen de esta "turbulencia", está la pérdida de confianza de los inversores, que se fue tejiendo como una bola incontrolable y estalló con la escalada del dólar. La incertidumbre internacional se conjugó con una serie de políticas económicas que entraron en conflicto y que se hicieron evidentes el 28 de diciembre pasado con la famosa conferencia de prensa, donde el BCRA perdió independencia y credibilidad.

Reconstruir un poco de esa confianza costó una tasa de referencia del 40%, una devaluación por arriba de la inflación y todas las otras medidas ya mencionadas. De igual modo, son al menos para que la rueda siga girando por un tiempo y los especuladores apuesten a financiar el déficit a través de este fenomenal carry trade. Sin embargo, propios y extraños a la administración nacional saben que lo que se rompió no vuelve a quedar igual, por más enmiendas que se hagan.

La confianza hacia el interior del país también se rompió y esto es quizá lo que más preocupa en términos políticos a Cambiemos, que pretende en 2019 lograr la reelección. El pueblo desconfía de las medidas implementadas y el malestar se acrecienta cuando lo que antes sonaba abstracto, ahora se siente en el bolsillo. De hecho, la imagen del Gobierno, su equipo y del propio presidente Mauricio Macri cayó a niveles previos a 2015, según coincide la mayoría de las encuestadoras.

No estamos en 2001, sin dudas. El contexto es totalmente diferente, a pesar de ciertas similitudes que despiertan la memoria colectiva y encienden luces de alarma que aprovechan los oportunistas. Incluso pareciera que la corrida fue superada y que estamos preparados para asumir con mayor responsabilidad los vaivenes de la economía y las finanzas. Sin embargo, esto no quita que los costos siempre sean altos y los termine pagando el pueblo. La advertencia, en todo caso, es que el modelo resulta inviable si se sostiene entre pinzas y bajo la única alternativa de bajar del déficit. Por ahora, la incertidumbre sólo se patea hacia adelante.

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