—Es una ardilla.
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SUSCRIBITE—Es una ardilla.
—No, un zorro
Mi hija de dos años está convencida de que la ardilla es un zorro, pasamos ratos enteros diciéndonos es una ardilla/ no, es un zorro. Ya lo convertimos en algo fuera de los juguetes, del dibujo animado de Masha y el Oso que vemos y que tiene estos animales del bosque, insistimos en la discusión y en el desafío, después en la conciliación de sabernos convencidas de pensar distinto. Francisca corre como si contuviera ardillas, antes decía esto de mi hermana, ahora las pliego a esa imagen dinámica. Son iguales, les digo.
En la mochila cargamos las cosas para compartir en la celebración del día de los jardineros y de sus maestras. Con mis hermanos tuvimos los cinco a una misma maestra: la seño Titina. Hace unos días revisando fotos viejas, encontré una con mis compañeros de jardín, primaria y secundaria, amistades que permanecen y las otras que se esfuman de la memoria y de la vida. La seño no se evapora, mantiene en Facebook un grupo y sube diariamente recuerdos de las promociones. Todos de delantal a cuadritos diminutos rosas y blanco y los nenes de azul y blanco. La seño Titina tenía una bandera que izábamos y creíamos altísima, una sala hermosa llena de dibujos, percheros con animales y mesas de cuatro sillas. Pienso que con mis amigas seguimos ahí sentadas compartiendo plastilinas, dibujando fuera de las líneas, corriendo por la gruta de la Virgen. Mi recuerdo del jardín tiene el mismo clima que este domingo: un sol calentito como una taza de leche entre las manos.
Francisca carga juguetes cuando estamos abajo y los sube a su habitación, otra vez volvemos al living y baja otros. Es un movimiento interminable de mudanza y equilibrio. Tambaleamos con el bebé los tres en la escalera. Las maestras jardineras cruzaban a la plaza con sogas y cada jardinerito iba prendido de la cuerda. Yo los miraba hasta reconocer a Pipi. No le gustaba que la dejara sola en su sala, sola era estar ahí en él aula sin mi llena de otros chicos y su maestra, así que salía sin que se diera cuenta, en la sala de cinco años de la Seño Marcela empezó a estar más contenta. En una foto contra la pared del jardín de tres años tiene la cara de su papá pintada con negro. Las dos estamos sin sonreír.
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En las cajas de abejas algo está siempre por explotar, me dice Francisca mirando la televisión. Me gusta la imagen y la transporto. En nuestro patio tres mariposas naranjas tropiezan con las telas de las arañas que se enganchan de los pinos. Las miramos hasta olvidarnos del tiempo.
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