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jueves, 12 de septiembre de 2024
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Una mirada desde la alcantarilla

Anotaciones con los ojos cerrados

Permanencias inquietas

Anotaciones con los ojos cerrados

Permanencias inquietas

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Cuando llueve los jazmines del patio gotean sus florcitas, mis hijos remolonean como gatos entre las sábanas, cambio el mate por café, el ayuno por harinas, las huellas se dibujan en el piso, en los vidrios las gotas forman dibujos impresionistas, una tortuga agujerea un nido y se sienta entre las vértebras.

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¿Dónde duermen todos estos pájaros? los tordos pisan el pasto corto, hunden sus picos nerviosos, después oscurecen la noche con su vuelo. Buscan un mismo árbol pelado, se apoyan como si fueran hojas quietas.

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Diana toca mi cabeza, la sostiene entre sus palmas tibias, cierro los ojos boca arriba como en el cuento de Cortazar pero a mi costado llueve interminablemente y hasta el río se ve como una línea difusa. Podría ser agua o calor, combustible volcado en un océano o alucinaciones que pasen como cuadros por mi mente. Mientras ella indica cómo administrar el aire, solo escucho su voz, miro para adentro como los árboles, encuentro cardúmenes de pájaros, el leve polvo que levantan las alas de una raya. En ese fondo, los dolores se ablandan y caen como hojas secas. Entre sus manos, Diana, no sabe que hay más que mi cabeza: un monte, la selva y sus lianas, los monos de la isla aullandole a los pescadores, los anzuelos rajando todas las bocas. Diana podría ser una ninfa, es blanca y se mueve sin que el pasto lo note, estamos en un tercer piso de su casa, donde tiene armado el consultorio pero cuando cierro ojos y escucho sus instrucciones, estoy en otro lado. Yo le digo cuando puedo modular que sentí abrirse una corteza, que si vió la imagen de la semilla en la pecera transparente, la forma en que se abre para largar raíz y tallo, que me hizo sentir todo eso, se lo digo rápido, no pudiendo creer lo que cuento y a su vez es lo más real que narro. Diana se ríe, dice: sos hipersensonrial, captás lo mínimo.

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Crear un mundo que sea intenso y quieto dicen unos versos de May Sarton. En un cuento de Lucía Berlin la protagonista mira pájaros, después no sabe si los alucina, pero entre medio lanza preguntas sobre su vida: ¿y si hubiera o hubiese sido o hecho? ¿viajado o quedado? si hubiese movido distintas las fichas del juego de mesa inacabado que es la vida, qué sería de mí. Me encantan sus cuentos, pero este me gusta más. Todas las preguntas me las hago y me asombro con sentirme consolidada en un espacio que no canjeo por nada. Porque lo que más deseo es permanencia, se llama el poema de Sarton.

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