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sábado, 5 de octubre de 2024
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Una mirada desde la alcantarilla

Anotaciones entre lecturas

La lenta reparación de los tejidos de Madeleine Wolff

Anotaciones entre lecturas

La lenta reparación de los tejidos de Madeleine Wolff

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Me gustan los libros que me dejan quieta, si fuese un animal diría agazapada, en estado de alerta, no quieta por miedo específicamente, tampoco porque queden fuera las alertas, sino más bien quieta como después un banquete que se disfruta lento y que se disgrega por el cuerpo como algo que se absorbe. Si hubiese comido una presa del monte, sentiría lo mismo. El cuerpo deglutiendo la escritura, la carne corrida del cuerpo, el cuero secándose al sol.

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Conocí a Mady hace unos años cuando con dos amigos gestionábamos a puro deseo un proyecto que convocaba a poetas. Mady vino a Las trincheras del poema junto a una amiga (Adriana Rivas) y a un grupo de chicos (Poesía guerrera) que escribían en un taller mientras estaban en un espacio fuera del espacio, rehabilitados de cosas dolorosas.

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Mady es Madeleine Wolff, autora de Paraguay un libro de poemas publicado por Caleta Olivia. Y también es la autora de La lenta reparación de los tejidos, una novela que podría definirse como un camino por el monte, con todas sus espinas y sus carnes blandas, con la miel de las abejas salvajes y la luna inmensa, con aullidos que son lenguas del pasado que vienen en búsqueda de otra música. Y la voz que crea Mady, y que se funde con la suya, es un instrumento para tamizar toda la espesura y hacerla un almíbar nuevo, una canción que puede ser tan humana como animal.

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Caminamos en 2019 por calle Santa Fe en Paraná, Mady tenía las puntas de los dedos fuera de un pullover tejido artesanalmente, el pelo lacio como el de una yegua que duerme la siesta bajo los aromitos, los ojos claros como un río ques e estrena. En la Casa de la Cultura el colectivo Poesía guerrera contó cómo las dos (Adriana y Mady) cruzaban en lanchas los lunes aunque hubiera niebla hasta la Isla Silvia en Tigre para enseñarles que podían ser poetas, que la poesía vive en cada unx y que podemos hacerla nacer si queremos. Me gusta esa idea orgánica que desova en cualquier charco, en cunetas y ríos, que hace que las voces funden su potencia sin prejuicios, sin tanto sentido de la autoría, con tantas cosas por decir, no desde el artificio, sino desde lo genuino: el amor, el dolor, el resentimiento, el margen, la orilla blanca, la corteza carcomida por termitas.

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En la novela que publicó la editorial Mandrágora a finales del año pasado, podemos leer la contratapa de otra gran escritora argentina, Gabriela Cabezón Cámara que sólo puede lanzar preguntas, dice:¿Cómo se abraza al mundo entero y a sus criaturas, a la propia herida y a la hermosura de la vida?

¿Con qué música, con qué fuerzas, con qué poesía, con qué prosa, con qué ritmo se cuenta una historia que pueda enhebrar el dolor y el amor, la naturaleza y la autobiografía en un tejido tan exquisito que no te deja parar de leer?”

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Mady escribe la muerte de Alicia para que la madre vaya hacia el final apareciendo, como si la conduciera por un canal de parto de la palabra para nombrarla sin distancias, sin tapujos en la aproximación que no idealiza, que no le teme a la palabra.

Escribe las culpas que carcomen a una mujer que se hace madre apenas en la adolescencia. Escribe la juventud y sus astillas, escribe la clase social para aniquilarla y en un doble movimiento, zanja lo que separa no por el dinero sino por la visión del mundo. La riqueza en otros paisajes. Madeleine con nombre francés escribe la fortaleza que sólo el amor nos descubre ante los ojos del propio cuerpo derrotado. La sabiduría de quien desenreda enigmas familiares como si otra vez usara una lana vieja para ovillar abrigos venideros, cosas que están por ser otras aunque mantengan una fibra conectada a lo que han sido. Mady escribe y en su labranza se atraviesan árboles espinosos, alambrados que cierran las vías respiratorias, caras que se enfundan de sol tibio sin miedo a quebrar los labios. Las bocas de las mujeres abren fauces y branquias. Mady lobuna en las noches bañándose de luz. La voz de Mady escapa a las convenciones reflexivas, por eso es única y, a su vez, es tan auténtica que se vuelve mantra.

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Dice: Nadie que sufrió mucho y sigue teniendo el corazón disponible merece sufrir.

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