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domingo, 15 de septiembre de 2024
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Una mirada desde la alcantarilla

Anotaciones en la oscuridad

Fin del verano

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Fin del verano

Anotaciones en la oscuridad

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Nos quedamos sin la luz de los días menos agitados, no dejamos de trabajar este verano pero hicimos pausas alternativas entre actividades distintas: nos hicimos creer que podíamos mojar los pies mientras regábamos, que podíamos esperar al otro colectivo, que la amabilidad era posible entre nosotrxs aún así, que teníamos las letras para nosotrxs, para tacharlas o colocarlas donde nos gustara más. Ahora todo tiene un caño de escape con humo oscuro, una ansiedad intermitente: el regimiento de los horarios que no se negocian, las prepagas en aumento, las cuotas de todo para arriba, los sueldos al ras del infierno. En las estaciones las filas se alargan, las caras se extienden como pinos en los supermercados, los docentes cobramos menos, algunos cinismos también crecen como nubes espesas, yo espero la evanescencia, el desplome de las justificaciones innecesarias, la caída de las máscaras y las cáscaras, el desarmadero y las ratas pululando. Una amiga que está viviendo en otro país estuvo de visita hace poco, le impresionó (además de lo macro) un detalle: nos volvimos más maleducados, hablamos todo el tiempo de dinero, de lo que cobramos y de lo que pagamos, el precio en la frente como antes la cruz de la ceniza por el tiempo pascual, es lo menos importante y a su vez es un síntoma. Algo que llama la atención desde lejos, algo que nos dice cómo estamos. A mí me afligen las pobrezas, en plural porque son muchas. Hay algo común que tiene que ver con una especie de raquitismo, el exceso de tocar el fondo: la falta de humanismo. Ir hacia lo más violento, agresivo, burdo. La escasez no sólo de alimentos en la alacena, la falta de sensibilidad, el parche en el ojo: no es más que un chiste con una discapacidad, no es más que una forma de decir, no es más que hacer como que las provincias son habitadas sólo por animales, no es más que un adicto al que sin querer queriendo no dejamos que respire nunca más. Sólo eso, no se mendiga en el horror. Ajustemos todo lo demás, las condiciones materiales pero seamos exagerados en muestras de espanto.

Leo un poema de Jack Gilbert, dice:

Es difícil hablar de la noche.

Es un tiempo distinto. No

la ausencia del día.

Pero donde no hay flores

en las que refugiarse.

Sólo esta oscuridad

y el lugar conocido de mi cuerpo.

Y las voces que me llaman

al amor.

No es la noche de los jóvenes:

su simple medianoche de terror.

Tampoco un último lugar de empleo.

Esta oscuridad es un país muy importante.

Llego a ella a los cuarenta

y descubro una inundación de noche.

Descubro la oscuridad en marcha.

En partes coagulada,

y en otras derramándose de luces.

Las voces aún deseosas del divorcio

al que nacemos.

Pero están más lejos

y no me interesan.

Tengo cuarenta, y es distinto ahora.

De repente, en el medio del pasaje,

vuelvo a mí. Echo brotes

gigantescos. Un imperio da frutos

inesperadamente: ciudades, bosquecitos de verano,

satrapías, caballos.

Un estar solo: una enormidad.

Gracias a dios.

*

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