Anotaciones interrumpidas
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Mientras estoy por disponerme a escribir, y pensando los temas que vengo revolviendo, Norma me pregunta si puede ser que en su casa haya fantasmas.
-¿Acá?
-No, no, en mi casa, vio, porque ahí murieron mi hermano y mi abuela.
Norma cuida a mis hijos hace mucho y habla poco, camina siempre con sigilo, mira más hacia el piso que hacia el cielo. Pocas veces me ha contado cosas de su vida y siempre son dolorosas. La pobreza, el padrastro, la madre pidiéndole que se vaya de su casa desde muy joven, un altercado entre parientes, el barrio y los problemas de las zonas marginales, el marido y la inestabilidad del trabajo, el amor por sus tres hijos, la fe en la escuela para que salgan adelante, la bronca con las mentiras de los gobiernos.
-Anoche estaba mi sobrina con el Joa jugando y los dos giraron la cabeza en seco porque dijeron que vieron pasar algo blanco.
-¿Qué era?
-No sé, ellos vieron algo blanco y después la ropa cayó sola en el suelo, en el pasillo antes de la pieza. No querían irse a dormir ninguno del susto.
Me encanta todo lo que se despliega con lo inexplicable, los gestos en la cara, el asombro, un morbo incontrolable, un disfrute del miedo, las conversaciones que terminan en divagues, la propia experiencia para argumentar como si fuésemos tan fiables, las ilusiones en saber encontrar respuestas. Justo ayer, en pilates con mi hermana salió el tema, ella había entrado a un negocio a comprar esencias para perfumar el ambiente y el hombre que la atendió le comentó que su mujer es quien sabía mejor sobre las cosas que vendían porque además era pai umbanda. Entre las instrucciones de nuestro profesor venezolano, con la pierna amarrada a una soga seguimos hablando, de los rituales, del documental de los hermanitos caídos desde una avioneta en la selva colombiana, de los espíritus en los que creemos, de la diversidad de religiones y de la contemplación que tenemos con ciertas prácticas y los prejuicios con otras.
Norma me dice que ella cree que son su abuela y su hermano, que ambos murieron ahí, que los velaron ahí mismo, que seguro esperan algo de ella porque hace mucho no va al cementerio. Le pregunto si fue hace mucho, me dice que a los veinte se suicidó el hermano y que ella quedó con cosas sin entender, que la pne mal. De nuevo ancla los ojos chiquitos como de perdiz en el suelo, busca una escobillón y barre como queriendo juntar otros retazos. Le digo que si quiere la llevo y compramos unas flores, que busque al cura de su zona para que le bendiga la casa. Le cuento otras historias similares, Tizi también creía tener al espíritu del abuelo, decía que había más energías o cosas raras donde vivía porque antes había sido un geriátrico y ya sabemos qué pasa con los viejos, que la hermanita tenía miedo de ir al baño de noche, de los ruidos, las imágenes en los espejos. Sigo con otra historia más que me contó Daniel de una casa alquilada para la redacción, de los biblioratos azotados, de las renuncias de trabajadores por el temor a la noche y los persianazos. Hay un aplacamiento en la comprensión con los otros, una contención de las emociones, un abrazo sin cuerpo que nos une. A todos nos pasan cosas que no son normales, gracias a Dios.