
Siempre se vinculó al amor y al enamorarse con el corazón. Sin embargo hay una explicación científica que nos lleva directo al cerebro. Conocela
Desde tiempos inmemoriales se vinculó al amor con el corazón, como si este órgano fuera el máximo -o probablemente único- protagonista de las sensaciones que se experimentan a la hora de enamorarse. Sin embargo, las neurociencias derribaron esta idea y allí cobró notoriedad el cerebro, lo cual aportó nuevas verdades a los comportamientos que pueden generar los vínculos sexoafectivos.
“Enamorarse es el acto saludable más parecido a la locura. Sentimos una enorme exaltación, una fuerza descomunal y una felicidad extrema. También nos sentimos inestables, vulnerables, libres y esclavos a la vez”, aseguró Gabriela Gonzalez Alemán, doctora en genética del comportamiento.
La dificultad para concentrarse, el constante pensamiento enfocado en esa otra persona y eso que popularmente se conoce como “estar en las nubes” tienen una explicación, dijo la especialista.
“Tanto el pensamiento como el sentimiento y el comportamiento dependen del funcionamiento cerebral. Y enamorarse no es la excepción. Áreas cerebrales como el lóbulo frontal, el área tegmental ventral y la amígdala se activan por la acción de sustancias y hormonas, tales como la dopamina, la oxitocina, los opioides y la vasopresina. Estos eventos cerebrales ocurren en forma de cascada y condicionan nuestra elección de pareja”, señaló la fundadora de Brainpoints (en Instagram, @brainpoints).
El proceso continúa así: “Las áreas cerebrales que se activan integran la información que ingresa por los sentidos con aspectos motores, motivacionales, emocionales y sociales que nos llevan a la acción. Mientras miramos a la otra persona, movemos el pelo, nos acercamos o nos alejamos, decimos o callamos, nuestro cerebro evalúa cada acto anticipándose a sus consecuencias y buscando optimizar nuestra actuación”.
Gonzalez Alemán afirmó que la liberación de dopamina y su exceso en el espacio entre las neuronas produce los sentimientos de excitación, de exaltación y, a veces, de euforia cuando estamos frente a ese otro u otra.
“Con cada encuentro esta sensación placentera activa en el área tegmental ventral al circuito de recompensa cerebral. Esta activación nos va a llevar a desear la presencia del otro. El ansia por un nuevo encuentro empieza a incrementar la motivación y nuestra corteza cerebral trabajará incansablemente integrando información y planificando cómo cumplir ese deseo”, agregó.
Es entonces cuando la acetilcolina y las endorfinas se ocupan de construir el sentimiento de extrañar.
Por otra parte, la doctora en genética del comportamiento mencionó que la oxitocina y la vasopresina, cruciales para la sexualidad, el amor romántico y el desarrollo del apego, interactúan con la amígdala -el centro cerebral de la emoción- y le entregan el mando para la toma de decisiones.