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Una tablita
En casa había dos tablitas para pasar los ñoquis y dejarlos acanalados, mamá enharinaba una y me la daba a mí, antes formaba tiras largas de la masa aún tibia. Unos bollos empolvados que se afinaban como un tallo bajo las palmas que iban y venían movipendose como olas.
En la cocina, las ollas hervían y empañaban sus anteojos. Vapor al ras del techo y el marco de la campana sobre el fuego. Hubo neblina perfumada, la salsa bajo la tapa de la sarten como una sangre de animal agazapado explotaba en burbujas rojas.
Fui feliz sin saberlo, pienso y retumbo entre las cosas de esta casa. Tengo dos hijos que no alcanzan la mitad de mi cuerpo, me llevan a su alfombra y con plastilina forman bocados de galletas que no comemos pero adornamos con bocas, ojos, creamos caras y cuerpos.
“No tengo nostalgia porque ahora mismo tengo mi infancia mucho más cerca que cuando ella transcurría.” dice Clarice Lispector.
Entonces revuelvo los cajones y encuentro las tablitas surcadas.
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